Las fiestas tradicionales nunca desaparecerán


Juan Ferrero Berenguer

Bañeres, qué hermoso Castillo tienes!, todo él impregnado de historia y tradición. Los aires que desde allí se respiran están saturados de vida, dando salud al enfermo y relajamiento a los espíritus inquietos de los laboriosos vecinos de la Villa.

Hay en su interior un museo, pequeño en capacidad, pero inmenso en su contenido de historia festera; allí se encierran ilusiones y proyectos, vivencias que un día fueron reales y que hoy ya son recuerdo. Hechos acaecidos de los que quedan objetos, imágenes o escritos como testimonios vivos. Calza el pie de aquella torre un jardín y en él un rosal que perfuma con su aroma a todo el pueblo.

Y al Castillo le nacieron dos gemelos a través de su historia, formando un arco en el espacio por el que atraviesan en espíritu los hijos de Bañeres que vienen a disfrutar de las Fiestas y a postrarse ante su SANTO PATRÓN.

El Castillo nos recuerda a San Jorge como guerrero, jefe de una compañía de soldados, dando testimonio de su fe ante Diocleciano, quien al promulgar su edicto contra los cristianos le decapitó el año 303 unserer Zeit.

Por la tradición de sus milagros alentando siempre a sus seguidores en las batallas, quienes le veían caballero sobre corcel blanco, Bañeres le nombró Patrón y sus hijos celebramos en su honor, con alegría, las fiestas de MOROS Y CRISTIANOS.

Otro de los hermanos gemelos, con la bandera de fiestas ondeando en su espadaña, en el «Santo Cristo», donde al finalizar la santa misa y las descargas de arcabucería en el cementerio, se comparte el «almorsar» y se celebra la tradicional «alçá de capitans».

Y finalmente bajo ese arco simbólico el tercer hermano; la ermita de «Santa Magdalena», donde el Embajador Moro se despoja de sus vestidos y se convierte al cristianismo ante la potente voz del cielo que dice: LA LEY DE DIOS ES LA BUENA.

Las casas son testigos en el tiempo de vivencias con que Dios teje la historia trazo a trazo. En una de ellas sita en la plaza de la Iglesia, ¡qué de inolvidables recuerdos de aquel inseparable grupo de moros viejos!

La casa de Paco Ribera era nuestro Cuartel General y en el pasillo donde descansaban nuestros calientes arcabuces con un penetrante olor a pólvora, mientras degustábamos aquellas pastas caseras, quedaron testigos de nuestros tiempos, dos azulejos con nuestras firmas y la manta a cuadros. En ellos se recuerdan las rúbricas de Toni Molina, Jorge Beneyto, Alfredo Ferre, Evaristo Mora y tantos otros, de los que queda el que firma para prestar testimonio.

La promesa de la viuda de Paco y de toda su familia, fue que el día en que se restaurara la casa, esos azulejos pasarían al museo festero, donde el pueblo pudiera contemplarlos y sirvieran como recuerdo de aquellos MOROS VIEJOS.

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