Cuando era niña, mi padre solía hablarme de San Jorge destacando orgullosamente la trascendencia de un santo que era venerado como Patrón no sólo en Banyeres, sino también en muchos otros lugares de este mundo, de Oriente a Occidente; claro índice de su universalidad bien merecida.
Elogiaba la imagen a la que nuestro pueblo rinde culto, con San Jorge avasallando moros (que en buena parte son nuestros antepasados), sino matando al terrible dragón.
Crecí con esa idea en mi mente: el valiente caballero cristiano que pone en juego su vida para salvar la de la noble doncella apresada por la fiera, simbolizando la lucha contra el mal, el denodado esfuerzo por arrancar de raíz toda iniquidad; en suma, la superación de todo obstáculo para alcanzar el bien, la propia superación personal.
Andando el tiempo he podido experimentar una sorpresa feliz, una especie de honda alegría al descubrir en diferentes museos de los países que he visitado bastantes obras de arte reproduciendo la efigie del santo. Lo he vivido como el reencuentro con un ser ungido por la gracia divina, sí, pero al que yo sentía muy cercano, con un profundo lazo de unión entre nosotros. Este sentimiento me ha conmovido en instalaciones museísticas de muchas ciudades italianas (desde Lucca a Nápoles; desde Parugia a Bergamo o Bolzano), de Budapest, creo recordar que también de Escocia, aunque la memoria se va desvaneciendo con el tiempo. Son abundantes las pinturas que atestiguan hasta qué punto el gesto legendario de San Jorge a inspirado a muchos artistas de distintas épocas.
Entre ellas tengo predilección por un pequeño cuadro del florentino Paolo Uccello, conservando en uno de los más bellos (y menos populares) museos de París; EL Jacquemart-André. En el precioso palacete que a fines del siglo XIX hizo edificar Edouard André, miembro de una acaudalada familia de banqueros y gran amante del arte, sobre todo tras su matrimonio con la joven pintora Nélia Jacquemart, ambos hicieron acopio de una magnífica colección especialmente rica en pintura italiana del siglo XV, a la que corresponde el cuadro de Uccello. En su “San Jorge liberando a la Princesa” la silueta femenina, de raigambre gótica, se sitúa de perfil, acentuando su arcaica marca, mientras el aire renacentista se percibe en la figura ecuestre, que contrasta la blancura del caballo con la negra armadura del jinete. El jardín del fondo sugiere más bien una serie de cuidados campos de cultivo, a la manera de un remanso de paz, equilibrando la escena belicosa un tanto enigmática.
Creo que la valiente decisión con que en todas las ocasiones se representa a San Jorge concuerda misteriosamente con la idiosincrasia de nuestro pueblo.
Siempre fueron los banyerenses gente valerosa, audaz, amigos de enfrentarse a lo desconocido en pos de descubrimientos, pioneros en avances industriales de todo género, sin miedo a enfrentarse con otros mundos, idiomas y culturas. Indagadores, debeladores del dragón del inmovilismo y la pasividad, que sólo acarrea decadencia, degradación, ruina. Tal vez por eso San Jorge sea el fiel espejo ejemplar en el que se refleja y alimenta el carácter intrépido, animoso y resulto que parece ser distintivo de quienes nacieron o crecieron a la sombra del Castell y de nuestra hermosísima Iglesia.
ilustraciones
Sant Jordi defendiendo la doncella