La leyenda de San Jorge (III)


Ricardo Díaz de Rábago Verdeguer. Cura Párroco

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Nuestro programa-revista de fiestas, es hoy uno de los compendios de nuestra fiesta, de nuestra historia, de nuestra vida y quehaceres.

Es el lugar idóneo para hablar de nuestras fiestas, ser una crónica de las mismas. Pero no solo eso. Hoy es constancia del quehacer de la vida de nuestro pueblo, plasmado en sus instituciones y asociaciones. Actuaciones de trabajos de estudio e investigación. De la literatura y la poesía. De transmitir y expresar sentimientos y vivencias.

Pero hay algo que no habíamos hecho y es dejar constancia, en el mismo, de algo tan unido a San Jorge como es la leyenda de San Jorge, el dragón y la doncella. De la leyenda, no de la historia. Y ese fue el motivo de que en el mismo estuviera la leyenda de San Jorge, la más famosa, y mejor documentada y estudiada: “La leyenda dorada”. “La Leyenda Áurea”, escrita por Santiago de la Vorágine (1228-1298), uno de los libros más famosos, conocidos y leídos en su tiempo. Libro al que dedicó 30 años de su vida.

La obra es una colección de vidas de santos. De intención edificante, constituye una de las más claras expresiones de la literatura cristiana que, situándose muy lejos del discurso teológico e incorporando narraciones piadosas que en ocasiones se remontan a los siglos IV, V y VI, conecta con el alma popular mediante la sabia fusión de historia y leyenda y de espiritualidad y materialidad. Libro de devoción para la gente común y que a través de sus páginas ofrecía la posibilidad de conocer modelos de vida para ser emulados.

Si el año pasado transcribimos la parte correspondiente a San Jorge y la princesa, este año lo hacemos en la parte correspondiente al dragón. El elemento más espectacular de “leyenda” entre nosotros.

«Durante el diálogo precedente el dragón sacó la cabeza de debajo de las aguas, nadó hasta la orilla del lago, salió a tierra y empezó a avanzar hacia ellos. Entonces la doncella, al ver que el monstruo se acercaba, aterrorizada, gritó a Jorge:

– ¡Huye! ¡Huye a toda prisa, buen hombre!

Jorge, de un salto, se acomodó a su caballo, se santiguó, se encomendó a Dios, enristró su lanza, y, haciéndola vibrar en el aire y espoleando a su cabalgadura dirigiéndose hacia la bestia a toda carrera, y cuando la tuvo a su alcance hundió en su cuerpo el arma y la hirió. Acto seguido echo pie a tierra y dijo a la joven:

– Quítate el cinturón y sujeta con él al monstruo por el pescuezo. No temas, hija, haz lo que te digo.

Una vez que la joven hubo amarrado al dragón de la manera que Jorge le dijo, tomó el extremo del ceñidor como si fuera un ramal y comenzó a caminar hacia la ciudad llevando tras de sí al dragón que la seguía como si fuera un perrito faldero. Cuando llegó a la puerta de la muralla el público que allí estaba congregado, al ver que la doncella traía a la bestia, comenzó a huir hacia los montes y collados, dando gritos y diciendo:

– ¡Ay de nosotros! ¡Ahora si que pereceremos sin remedio!

San Jorge trató de detenerlos y de tranquilizarlos.

– ¡No tengáis miedo! –les decía–. Dios me ha traído hasta esta ciudad para libraros de este monstruo. ¡Creed en Cristo y bautizaos! ¡Ya veréis cómo yo mato a esta bestia en cuanto todos hayáis recibido el bautismo!

Rey y pueblo se convirtieron y cuando todos los habitantes de la ciudad hubieron recibido el bautismo San Jorge, en presencia de la multitud, desenvainó la espada y con ella dio muerte al dragón, cuyo cuerpo, arrastrado por cuatro parejas de bueyes, fue sacado de la población amurallada y llevado hasta un campo muy extenso que había a considerable distancia.

Veinte mil hombres se bautizaron en aquella ocasión. Es de advertir que en el cómputo no se incluyeron ni a las mujeres ni a los niños.

El Rey, agradecido, hizo construir una iglesia enorme, dedicada a Santa María y a San Jorge…

Igualmente, el rey ofreció a Jorge una numerosa cantidad de dinero que el santo no aceptó, aunque sí rogó al monarca que distribuyese la fabulosa suma entre los pobres.

…Después de catequizarlo convenientemente (entre otras cosas que fuese muy generoso con los pobres), San Jorge dio un beso de paz al monarca y se marchó de la ciudad.»

Recordar, de nuevo, que el término “leyenda” no conlleva aquí significación alguna de fantasía o ficción, sino su sentido etimológico: “lo que se debe leer”

Y antes de lo “que debemos leer” en este relato recordar la presencia del dragón en todas las culturas, religiones, tradiciones, narraciones ancestrales.

En todas aparece el dragón, dragones, que en la realidad nunca han existido. Lo encontramos en las religiones primitivas, en las religiones orientales, en el antiguo Egipto y, como no, también en la Biblia. Desde la “serpiente” del paraíso, “la ballena” de Jonás, “el dragón de siete cabezas” del Apocalipsis. Esta narración es muy reciente, del siglo I y de nuestra cultura cristiana –no oriental como otros libros de la Biblia–, de nuestra era.

Pero hay algo que todos tienen en común: El dragón siempre representa al mal. El dragón (el mal) puede ser vencido por el hombre. Y en todas las narraciones es vencido con la fuerza del bien.

Y esto es “lo que hay que leer en nuestra narración.

– San Jorge representa el bien: “Huye, buen hombre”

– Se invoca la fuerza del bien, de Dios: “Jorge se santiguo, se encomendó a Dios”.

– Que vence al mal, lo domina: “llevando tras de sí al dragón que la seguía como un perrito faldero. La doncella traía a la bestia”. (queda lejos el terror, el pánico, el miedo, la fuerza del mal).

– Es la fuerza del bien, la virtud, la que nos libra del mal: “Dios me ha traído a esta ciudad para libraros de este monstruo. Creed en Cristo y bautizaos”.

– Y lo vence: “Ya veréis como yo mato a esta bestia”.

– Y es cuando el bien se hace presente cuando se vence el mal, con la fuerza del bien: “Ya veréis como yo mato a esta bestia en cuanto todos hayáis recibido el bautismo. Rey y pueblo se convirtieron y, cuando todos los habitantes de la ciudad hubieron recibido el bautismo, San Jorge, en presencia de la multitud, desenvainó la espada y con ella dio muerte al dragón”.

– Hay otra consideración cristiana, la ayuda a los pobres y necesitados (un bien). “El rey ofreció a Jorge una numerosa cantidad de dinero que el Santo no aceptó, aunque sí rogó al monarca que distribuyese la fabulosa suma entre los pobres”.

Toda una lección nos da la leyenda si “sabemos leer bien”.

Pero la narración sobre San Jorge no acaba con la leyenda. Redactada la misma, el autor pasa ya a referir toda la parte histórica del martirio de San Jorge. Dos realidades que ayudan a acercarse a la gran figura de San Jorge, una popular (llena de colorido atrayente…), y otra histórica.

Pero hay algo en la exposición de hoy que no quiero pasar por alto y que aparece en la leyenda: “El Rey, agradecido, hizo construir una iglesia enorme, dedicada a Santa María y a San Jorge”.

Hermosa coincidencia. ¿Casualidad? Nuestros mayores, hoy hace 265 años, quisieron construir una nueva iglesia mayor que la que tenían, (construida “intra muros del castillo”, en el lugar que hoy ocupa el teatro principal) y precisamente quisieron dedicarla a Santa María y al Patrón San Jorge. Realidad que debe alegrarnos y que debemos tener muy en cuenta. Estamos inmersos de lleno en un marco georgino de primera magnitud. Esto ya no es leyenda sino historia. Historia y realidad propia, muy nuestra.

¡Vítol al Patró Sant Jordi!

Fotografía: “St George the dragon-slayer”, obra de Nun Agathe, any 1729.