Sermó de la Missa Major de la Reliquia


D. Juan Pérez Navarro

Permitidme que empiece la homilía agradeciéndoos la invitación que, una vez más, me habéis hecho para participar y gozar de esta entrañable fiesta de la reliquia. En dos ocasiones anteriores me habéis invitado a acompañaros en este día: vine entonces como representante de la Iglesia diocesana. Vengo ahora como representante de la Santa Iglesia Catedral, Madre de todas las iglesias de la diócesis.

La valiosa experiencia de participar de esta fiesta me ha permitido constatar que la religiosidad de Banyeres de Mariola está mateada por la devoción al mártir san Jorge. Y a su vez esta devoción está alimentada por la veneración de su reliquia, que guardáis celosamente, desde su llegada en 1786.

Creo, por otra parte, que sois conscientes de que participáis de una devoción al santo mártir, que podríamos considerar como la devoción a un santo más primitiva y más universal de la Iglesia. La tradición señala que Jorge fue un soldado cristiano que sufrió martirio en la persecución de Diocleciano, alrededor del año 303. Ya hay vestigios de su devoción en ese mismo siglo 1 la historia nos dice que fue canonizado por el papa Gelasio en el año 494.

Conocida su figura por toda la Europa de la alta edad media, es a principios del siglo XI, cuando San Jorge queda vinculado a las cruzadas en Tierra Santa. Esta vinculación le confiere el apelativo de “miles christianus”. Y es en esa condición guerrera como aparece su devoción en nuestras tierras. La primera noticia es de 1 096, en Aragón, en la batalla de Alcaraz.

Desde entonces, san Jorge se vincula al reino de Aragón, y de la mano del rey de Aragón, don Jaime I el conquistador, llega su devoción a las tierras valencianas. Para el rey don Jaime la reconquista del reino de Valencia se realiza de la mano de san Jorge, se debe a la intercesión de san Jorge.

Pues bien: Esa presencia de san Jorge en la recuperación de la España cristiana, es lo que vosotros recordáis y veneráis con vuestras fiestas. Ahora bien, esta presencia del santo en Banyeres tiene un importante componente en la santa reliquia. El recuerdo y la veneración de la reliquia definen vuestra devoción a san Jorge de una manera singular. Tan singular que cada año solemnizáis estos días de septiembre con la fiesta de la reliquia.

Me vais a permitir una concisa reflexión sobre lo que la reliquia de un santo, la reliquia de san Jorge, tiene de exigencia cristiana para vosotros.

Entendemos por reliquia, gramaticalmente, el residuo de un todo anterior que queda y que permanece. Se trata de un resto antiguo que no ha desaparecido y que deseamos que no desaparezca. En nuestro caso, parte del cuerpo de un santo que permanece a la espera de la resurrección definitiva. Guardar y venerar una reliquia ha de generar una actitud de custodia vigilante de aquello que no debe perecer.

Pues bien: En el acervo de tesoros que debemos guardar, a una con la reliquia del santo mártir, quiero destacar dos muy importantes, los cuales enumero, no en orden de importancia, sino más bien por lógica docente: el primero, unas fiestas de moros y cristianos que nacen por y para la reliquia; y el segundo, una calidad cristiana de Banyeres que por la devoción al mártir san Jorge debe estar marcada con un sello martirial.

Las fiestas. Estamos asistiendo en los últimos tiempos a un fenómeno, que podríamos llamar de globalización de la fiesta de moros y cristianos, si se me permite en este caso el uso de una palabra tan actual. Esta forma de fiesta se está extendiendo geográficamente, no tanto porque nosotros la exportemos, cuando otros la importan sin pensarlo demasiado. Nos admira, por ejemplo, que una melodía festera de nuestras tierras se haya convertido casi en una marcha europea de desfile.

El Papa Benedicto XVI, en su reciente Encíclica “Caritas in veritate” La caridad en la verdad”, al analizar los diferentes aspectos del desarrollo humano actual, se encuentra de continuó con el fenómeno de la globalización: la globalización del mundo financiero, las empresas multinacionales, los flujos migratorios que junto con el fenómeno masivo del turismo destiñen las identidades nacionales … El Papa deja bien sentado en la Encíclica que ante el hecho de la globalización “debemos ser sus protagonistas, no las víctimas, procediendo razonablemente, guiados por la caridad y la verdad”.

Pues bien: al analizar la globalización de la cultura, Benedicto XVI pide que se tengan en cuenta dos acciones una, que las culturas invasoras no destruyan las culturas que encuentren a su paso. Y otra, que esas mismas culturas, al ofrecerse al exterior, eviten el riesgo de perder su identidad propia.

Esto último sería lo que habríamos de tener muy en cuenta nosotros ante el fuerte conato de globalización de la muestra cultural más significativa de nuestras tierras: la fiesta. Cuidar la identidad secular de la fiesta. Guardar con celo esta preciosa reliquia.

Sin ninguna pretensión de ser exhaustivo, sino más bien diciendo en voz alta lo que todos nosotros tenemos claro, podríamos enumerar algunas notas de la identidad de nuestra fiesta.

Ante todo, la fiesta de moros y cristianos tiene un origen religioso. Las fiestas son una rememoración de la reconquista cristiana de la España en poder de los musulmanes. Y en concreto, la reconquista de los territorios valencianos, que nosotros revivimos en nuestras fiestas, fue obra del talento guerrero y organizador del rey don Jaime. Y no podemos olvidar que don Jaime cabalgaba siempre puesta su confianza en la santísima Virgen María y en el mártir san Jorge. En el asedio a Valencia, sentó sus reales en el castillo moro de Enesa, al que denominó de inmediato el Puig de Santa María. Y el mismo día de la firma de la rendición del rey moro de Valencia, el 29 de septiembre, diez días’ antes de su entrada solemne en la ciudad, envía al arzobispo de Tarragona, que le acompaña en la empresa, para que recupere p&’56256;&’56785;a el culto cristiano la’ mezquita mora, “como catedral, la cual la dedica a la Asunción de nuestra Señora.

Vosotros, en Banyeres, guardáis cuidadosamente las rúbricas religiosas que marcan las fiestas en nuestro entorno. Pero en vuestras fiestas hay dos notas que las identifican y singularizan: la misma fiesta de hoy, la fiesta de la Reliquia, y la misa en el cementerio en memoria de los festeros difuntos.

Podríamos decir, en resumen, que desvirtuar el componente religioso de la fiesta, equivaldría a desvirtuar y dejar sin sentido la misma fiesta.

En segundo lugar, la fiesta contiene una larga serie de valores, que un creyente cristiano ha de tener muy en cuenta, ha de valorar, y ha de fomentar. Primordialmente, la amistad de los festeros, que crea en el seno de las comparsas lazos indestructibles de relación humana, con todo lo que ello supone para consolidar la convivencia en el pueblo.

Señalemos, a continuación, la capacidad de diálogo y de comprensión que la convivencia festera genera. Sin olvidar la amplia apertura de la fiesta al otro, al forastero. Así como el derroche de gratuidad que toda la fiesta encierra.

Anotemos también el valor de la minuciosa organización festera, el ritmo exacto de los desfiles, la masiva participación no sólo de los festeros actuantes, sino de toda la población espectadora.
En fin, deseo que alguien haya analizado y estudiado en alguna parte lo que la fiesta ha contribuido a darnos de identidad propia, de forma propia de proceder y de prosperar, de característica especial de convivencia, a estas tierras de moros y cristianos.

Guardad también esta reliquia. Guardad la identidad valiosa de vuestra fiesta.

Y anotábamos antes otra reliquia de vuestro acervo: esto es, el sello martirial que debe, marcar vuestra calidad cristiana. Veneráis a un santo mártir. Etimológicamente, la palabra mártir, de origen griego, significa testigo. Teológicamente la palabra mártir designa a la persona que ha dado testimonio a favor de Cristo y de su doctrina con el sacrificio, con la entrega de su propia vida.

Todo discípulo de Cristo ha de ser mártir, tomada la palabra en su sentido etimológico: esto es ha de dar testimonio de Cristo, ha de ser testigo de Cristo.

Pero la palabra mártir adquiere su sentido máximo al referirse a la persona que ha dado el testimonio máximo: ha dado su vida por confesar a Cristo.

La entrega de la propia vida es el testimonio cristiano por excelencia. ¿Por qué esa excelencia de martirio sobre otros testimonios de fe cristiana?

Ante todo, porque el martirio va siempre precedido de una confesión pública de la fe ante un tribunal o ante unos verdugos. Además, porque el martirio de un cristiano imita la muerte salvadora del Redentor, Jesús, en la cruz. Y es que el mártir lleva a plenitud la reflexión de san Pablo: “Cumplo en mis miembros lo que falta a la pasión de Cristo”.

Por último, porque el martirio hacer presente en la Iglesia la fuerza del Espíritu Santo, el cual se manifiesta plenamente en la misma debilidad del mártir. Jesús mismo nos lo anunciaba en el pasaje del evangelio que acabamos de oír “No os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis. No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”.

Por ello, el martirio es un hecho que jalona toda la historia de la Iglesia. Hubo mártires en la antigüedad y hay mártires en nuestros tiempos. El martirio es el desenlace, obligado, ineludible, de situaciones, continuamente repetidas, de confrontación de la fe cristiana con lo que Jesús llama este siglo, este mundo.

Jesús, el mártir por excelencia, lo avisó a sus discípulos: “Un siervo no es más que su amo; si mí me han perseguido, lo mismo harán con vosotros”. Jn. 15,20.

Pero este duro anuncio de Jesús va unido a otro anuncio de gozo futuro: es una bienaventuranza: “Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. Estad alegres y contentos, que vuestra recompensa será grande en el cielo”. Mt. 15, 11-12.

El gran papel que los mártires desempeñan en la Iglesia consiste en mantener viva la obligación que el cristiano tiene de dar testimonio de su fe en cualquier momento. En su vida ordinaria. Y si es preciso, con la entrega de la propia vida.

He aquí, pues, la otra gran reliquia que debéis venerar: lleváis impresa en vuestras almas desde el bautismo el sello de un martirio. La vida que el cristiano inicia con el bautismo es un misterio de muerte y resurrección, muerte a la vida del pecado y apertura una nueva vida con Cristo resucitado. El bautismo nos imprime, pues, un sello martirial.

Pues bien, la innegable referencia de vuestras vidas cristianas al mártir san Jorge ha de ser gratificante para que vuestras vidas sean martiriales. Para que gocéis de una capacidad especial para confesar vuestra fe cristiana, con el ejemplo de vuestras • vidas y, cuando haga falta, con palabras paladinas

No es el momento para extendernos en una exposición sobre las múltiples situaciones en las que como cristianos nos hemos de sentir obligados a confesar nuestra fe: el laicismo que nos invade, la pretensión de privatizar la fe cristiana, los planteamientos sociales divergentes con nuestros principios morales, los mismos ataques directos a la Iglesia o sus personas …

Pero si es el momento, y lo será siempre, para que nuestras vidas sean martiriales, sean un testimonio de fe en Cristo Jesús: en el ámbito familiar, en el mundo del trabajo y de la empresa, en los momentos de ocio y diversión, en la relación con los amigos.

Y acabo pidiendo a san Jorge, en esta solemne fiesta de su reliquia en Banyeres, que os ayude a guardar también celosamente vuestras reliquias: la identidad de vuestra fiesta y la condición cristiana de vuestro bautismo. La peculiaridad esta fiesta, patrimonio de vuestro pueblo, ha de contagiar de peculiaridad cristiana vuestras propias personas.

Que el santo mártir os contagie siempre de una ejemplaridad, que sea un martirio, un testimonio de la presencia de Jesucristo entre vosotros.

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