el cementerio


Vicent Berenguer

El cementerio tiene que ver con la muerte humana y por tanto mucho con la vida humana. Todo es vida (cómo todo es política, decía Aristóteles) y la vida misma es quien nos lleva al fin de todos sus caminos humanos a su fin, que es la muerte. La muerte esencialmente es una separación que nos afecta íntimamente, por eso tiene y provoca un interés individual, para uno mismo, pero es la muerte en segunda persona la pista más importante para concebir (en la medida de lo posible) la muerte propia. Son cosas que nos la pone en relaciones con la humanidad, ya que la muerte suscita preguntas pero también muchas respuestas, la vida de los humanos probablemente se ve en toda su extensión acompañada por estas cuestiones y muchas de nuestras actitudes nunca están exentas de este hecho, porque la vida humana es convivencia y la noción de persona implica compañía.

La reflexión sobre la muerte se remonta a las manifestaciones más antiguas de la humanidad a lo largo de la historia del planeta, ya que la vida y el mundo en general están a cada paso cruces de hilos y cortes, entallamientos y entrecortamientos. así, en nuestra personalidad hemos asimilado muchas cosas esenciales que son tan evidentes como invisibles ya veces debemos pararnos a distinguir entre lo que pensamos y lo que suponemos, pues todo lo que “sentimos” u opinamos que “sentimos” es conveniente someterlo a un discernimiento que oriente sobre la significación de esto que decimos sentir espontáneamente pero que puede contener una poca o mucha complejidad inherente.
También en el contexto cultural de la fe y la cultura cristiana, somos muchos lo que conocemos cómo esta potencia la solidaridad íntima entre los difuntos (los que han vivido) y los supervivientes (los que morirán). Cabe decir que consolida y consagra a la humanidad. Difuntos y supervivientes pueden y deben hacerse el bien mutuamente. Por otra banda, queda totalmente excluida y descartada la posibilidad de que los difuntos hagan daño a los supervivientes o viceversa. Las angustias y aprensiones que persisten (hasta ahora mismo) son vestigios del paganismo, y estoy de acuerdo con algunos autores que esto muestra que el cristianismo no ha sido total ni generalmente asimilado. UNA ,más de eso, por supuesto que existen otras culturas y hechos que también tienen una relación positiva con la muerte y que merecen todo nuestro respeto, tanto por lo que compartimos como por lo que nos diferencia.

Ante esto, en el cementerio tenemos un modelo que nos permite discernir la complejidad de la comunidad dentro de la persona, y en la persona el modelo que permite captar la cohesión de la comunidad. La humanidad consiste precisamente en esa constante sobre posición difícil y laberíntica. Y la complejidad del cementerio es precisamente lo que nunca nos deja indiferentes, la simple respuesta a su función o utilidad (el lugar para enterrar a los muertos) sólo hace que sugerir más y nuevas cuestiones, relacionadas con la vida, precisamente. Es un escenario privilegiado de la memoria del amor y del olvido, porque solo el amor descubre la muerte, sólo por el amor sabremos las pocas cosas que sabremos de ella. Al contrari, lo que nos provoca indiferencia no nos dice ni enseña nada. Así es la indiferencia.

por eso, visitar el cementerio es en muchas ocasiones activar ese sentimiento de amor, y en este caso entender el significado de la muerte, todo lo que enseñan las separaciones esenciales que tantas veces allí se hacen presentes de forma especial. por supuesto, mi memoria personal no está exenta del sentimiento de tener presente la muerte. Este año, a finales de enero hará un año que enterramos a mi madre. Es mi última relación de forma más directa con la muerte, pero esto no altera la memoria que tengo de otros familiares más acercados (incluidos los muchos amigos, los conocidos, el saludados y, por supuesto, los desconocidos). Mon para hace quince años que murió, los abuelos, las corbatas, incluso un tío que no conocí, no murió precisamente de muerte “natural”, en el año 37, a todos los tengo presentes. De cerca y de lejos mantengo un diálogo íntimo y constante en torno al vivir y la vida, la de ellos, la mía, la nuestra en definitiva, porque existe en los humanos una especie de tenacidad heroica que adoptamos por el puro instinto de vivir. Probablemente esto sea una de las actitudes que más humaniza.

En alguna época también yo me he sentido desconcertado ante la muerte y no digamos frente al cementerio, probablemente todavía tenía unos vínculos muy tenues e inconscientes. De pequeños, íbamos los amigos a jugar al llamado cementerio viejo, la actual ermita de Sant Jordi, y era todo otra cosa, que ahora ahorraré al lector. Con todo, a medida que pasan los años ese inicial desconcierto se integra en el argumento de la vida con una rara lucidez, se hace un sitio adentro de nosotros que debido a que crece más cada vez llega a convertirse en una certeza positiva, que enseña a vivir, aunque sea como se ha apuntado, de forma algo compleja. Actos como el de entrar los festeros en el cementerio de Banyeres a disparar con trabucos, aceptada su singularidad para el neófito, son un signo más de que se tiene muy en cuenta la muerte y que –como escribe María Zambrano- gracias a ella (mejor que a pesar de ella, la muerte), se intenta asumir la vida y darle unidad. por eso, tenemos la memoria hecha de luto y condolencias a raíz de la muerte, de celebraciones y conmemoraciones, des de les particulars a les universals, y todo esto afirma la vida
En cualquier sitio siempre me he sentido muy emocionado por los cementerios, tanto en Castilla, Andalucía, Galicia, en los Pirineos así como en otros países, he oído siempre que su visita es fructífera. Ahora pensaba en un cementerio que considero “el mío” por las razones que he mencionado, y que asimismo convoca otras emociones que, en otro plan, tampoco pasan por alto. La primera plaza, las tumbas en el suelo, incluso la tierra o la grava del suelo, la precariedad o inconsistencia del elemento vegetal, son elementos que también hablan más de los vivos, evidentemente, que no de los muertos. Está claro que un elemento esencial es todo lo que informa del objeto del sitio: las lápidas con sus nombres y apellidos, las inscripciones o los epitafios, las fotos, es imposible parar indiferente ante una información tan rica, las fechas, las edades de los difuntos en particular, el sitio que ocupan según las áreas más antiguas o las más nuevas y especialmente los más recientes. Todo transmite una incomparable lección de respeto, de humildad, pero cómo decíamos, de asumir y dar unidad sobre todo a la vida.
así, cada vez que revistamos en el cementerio por el motivo que sea, vuelven a reafirmarse estas actitudes de la existencia frente a la muerte. Para estas ideas me he apoyado también especialmente en Lluís Aracil, entre otros, porque me parece un pensador con grandes intuiciones de vida en este sentido, como pensar que la muerte nos enfrenta a la existencia y que esta evidencia laberíntica no es absurda, sino irónica, porque entenderlo así significa que podemos hacer algo, que depende de nosotros y vale la pena: buscar, saber más y entender mejor.

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