Santos y difuntos


Tello Navarro del Árbol

La fiesta de Todos los Santos es muy antigua. Hay quien dice que nació en s.VII, cuando el Papa bonachón IV, en vez de derribar el Panteón romano - el templo pagano de todos los dioses - el purificó y lo consagró en honor de la Virgen y de todos los mártires (mártir es la palabra griega que significa testigo, es decir, persona que comparece a certificar la identidad de alguien, la exactitud de una declaración ...). La palabra mártir se amplió a los hombres y mujeres que habían dado su sangre por causa de su fe en Cristo y solo se llegaba, prácticamente, por el camino del martirio.
Un par de siglos después, la fiesta de todos los mártires pasó a ser la de todos los Santos. Aquí entran todos los justos aunque no hubieran sufrido el martirio. Al cabo de un tiempo. se añade a esta fiesta otra conmemoración - el día siguiente - que invitaba a la gente a orar por todos los fieles difuntos.
Veamos el diferente valor de las dos denominaciones: un Santo es una persona canonizada y, en un sentido más amplio alguien que por sus virtudes disfruta al cielo, un difunto es simplemente un muerto, con independencia del destino que le haya correspondido en otro mundo.
Cuando se habla de los Santos está la creencia de que están en el cielo, y cuando se habla de difuntos existe la evidencia de que ya no están entre nosotros. Y es esta ausencia y esta creencia la que nos lleva al menos dos veces al año, por todo Santos y por nuestras fiestas, a verlos revivir y recordarles con emoción.
La muerte - la de los demás y nuestra - es una realidad. difunto, etimológicamente, es una palabra que proviene de "defungi", que significa cumplir una función o una obligación, pagar una deuda. Y eso es lo que hacemos cuando morimos. Como cualquier acto de la vida, conviene hacerlo bien. Si puede ser, pagar la deuda sin protestar demasiado.
La conmemoración de los Santos, sólo se puede hacer desde una creencia religiosa. Para el creyente morir es la mayor nacimiento, mientras que la memoria de los difuntos no depende ni de la fe del fallecido ni de la fe de quien los recuerda.
En nuestro pueblo el último día de nuestras fiestas y el cementerio lo celebramos como un homenaje a todas y todos nuestros antepasados, unos con su silencio, otros orando, los festeros con los trabucos llenando de un ruido respetuoso del espacio por los recuerdos de los ausentes, el recogimiento, el silencio ... y no sólo por nuestros difuntos, también por los demás y por los de todos, en un acto que nos hermana y que nos hace ver que realmente la vida la tenemos que vivir sin olvidar el pasado. Habrá que trabajar y soñar por un futuro mejor.

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