Ponéncia “La Fiesta de Moros y Cristianos”

José Luís Masanet Ribes

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Fiestas populares que reúnan alguna de las caracte¬rísticas de la confrontación moros-cristianos se encuentran en toda España: La Sainza en Galicia, Maqueda en Toledo, Ainsa en Huesca, los dances en Aragón, Sóller en Mallorca, etc., y han trascen¬dido a Portugal, América y Filipinas, es decir, allí a donde ha llegado la influencia hispánica. Eso le ha llevado a decir al hispanista francés Roberto Ricard «que no hay diversión popular que atesti¬güe mejor la unidad de la cultura hispánica que las llamadas fiestas de moros y cristianos puesto que se encuentran con elementos comunes lo mis¬mo en México que en Andalucía, en Brasil o Perú». Por tanto, sentir curiosidad por saber qué es la fiesta de Moros y Cristianos, cuándo, cómo, dónde y por qué surgió, sus motivaciones psicoló¬gicas, su área de expansión, sus repercusiones sociales, etc., es tener conciencia de que la Fiesta es una realidad viva y actual que forma parte subs¬tancial de aquellas poblaciones que la celebran, que no es un simple espectáculo aunque use sus ropajes para diversión popular, y que su realización es una necesidad sentida por la población, porque el actor (festero) y el espectador local (público) en el fondo sienten una misma emoción; si así no fuera no se comprendería el ansia de su espera y su continuidad reiterada.

Una motivación podía ser por su temática, co¬mo la que hace Joan Amades:

a) Reconquista de una población, como las va¬lencianas.

b) Perturbar una pretensión apoderándose de la imagen que se procesiona, como la mayoría de las andaluzas y las de Albacete-Cuenca, aunque en otras haya reconquista de población,

c) Lucha contra la piratería, como las de Sóller. Otra clasificación muy interesante es la de
Guillermo Guastavinos, que las agrupa según su grado de complejidad:

a) Simples danzas de un moro y un cristiano, como las del País Vasco, o Guerri de la Sal en Lérida.

b) Las también danzas de moros y cristianos pero intercalando episodios dialogados, como al¬gunos dances aragoneses.

c) Una acción dramática simple, sin danzas, como las «relaciones andaluzas».

d) Una acción dramática fundamental, represen¬tativa de hechos con participación masiva de per¬sonas en la acción festiva, para su diversión, como las Fiestas de Moros y Cristianos de la Comunidad Valenciana, y limítrofes a la misma, hasta don¬de ha llegado su expansión.

Si queremos llegar al por qué y al dónde, no hay más que escudriñar la geografía española, salpicada de moros y cristianos, pero encontrare¬mos una mayor concentración de esas fiestas en las provincias de las costas mediterráneas, desde Valencia a Cádiz, y no es por mera coincidencia, ni casualidad, pues hay que pensar que la Recon¬quista se produjo allí más tarde, que en esas tierras abundaban los moriscos -más de un tercio de la población hasta su expulsión en 1609- que la pi¬ratería turco-berberisca venia asolando sus costas hasta casi el año 1800, causando daños en vidas y haciendas que aún perduran en la memoria colectiva de los pueblos, y que nos lo recuerdan los torreones-vigías que está sembrada la costa.
Todas esas luchas que se produjeron, aglutina¬ron a nuestros antepasados en una empresa común, realizando hechos, algunos de ellos epopéyicos, que calaron hondo en la conciencia popular, ya que fueron los que más las sufrieron en su carne viva. Hechos que ahora se recuerdan en forma festiva y sin ningún ánimo peyorativo.

La confrontación habida entre las culturas mu¬sulmanas -que llamamos mora- y la cristiana, duró siglos, sobre un milenio en las costas medite-rráneas. Ambas culturas crearon sus símbolos, la Cruz y la Media Luna, y con ello alimentaron su forma de ser, de sentir y de vivir. Ese largo período supuso también una influencia, que generó en los cristianos una manera de ser morisca en sus mani¬festaciones artísticas, lo mudéjar en arquitectura, las comedias de moros y cristianos, las diversiones públicas como los torneos y juegos de cañas, don¬de los caballeros divididos en dos bandos con¬tendían entre sí vistiendo un grupo a la morisca y otro a lo cristiano; o en la representación de co¬medias de moros y cristianos, muy en boga en los siglos XVII y XVIII, representando leyendas sobre hallazgo de imágenes escondidas para evitar su profanación en la invasión árabe, o vidas de santos, alguna de las cuales ha perdurado hasta nuestros días, como los Episodios Caudetanos; o en los espectáculos públicos, desde el siglo XV al XVIII, montados ocasionalmente, simulando combates de moros y cristianos, con castillo y todo -algunos incluso navales- que se hacían para celebrar acon¬tecimientos religiosos (Centenarios, etc.), reales (proclamaciones de reyes, visitas, nacimientos de príncipes, etc.), nacionales (la Batalla de Lepanto, etc.). Y todo ante la pregunta: ¿Qué hacemos?, pues moros y cristianos. Se citan los de Toledo en 1522 festejando la llegada a España de Carlos I, Denia en 1599, agasajando la visita de Felipe III y relatados por Lope de Vega, Valencia en 1755, representando en el Turia una batalla naval, etc. En la ciudad de Alicante se citan documentos de 1700,1724, 1759, 1784… Eran espectáculos, siem¬pre sin continuidad. Reiterada anualmente, la Fies¬ta sí tiene continuidad.

Nada tiene pues de extraño que la cultura popu¬lar, obsesionada por esas dos formas de ser y vivir en continuo contacto, llegara hacer la contraposi-ción moro-cristiana y que las poblaciones la recuer¬den festivamente por ese motivo carácter de continuidad, y que con la fiesta patronal continua cele¬brándose aún hoy día.

Ciñéndonos a la Fiesta de Moros y Cristianos de la Comunidad Valenciana, que es lo que directa¬mente nos atañe, no es difícil situar la fiesta en el tiempo, en el ¿Cuándo surge? La Fiesta con carác¬ter continuado no es tan antigua como se pudiera suponer. Pensemos que en estas tierras el moro no había sido eliminado por la Reconquista de 1238, que un tercio de la población del Reino de Valencia era morisca y convivía con la cristiana cultivando la tierra y conservando sus costumbres y hábitos, y más o menos ocultamente su religión, contando con el apoyo de los señores feudales. Hasta su expulsión en 1609, que se realizó con gran resistencia, no habría un clima propicio -lla¬mémosle socio político- para que surgiera y pros¬perara una representación festiva en la que tan mal parada quedaba la morisma. Tengamos tam¬bién en cuenta que no se odiaba tanto al moro de la Reconquista, cuya visión era lejana, como a los piratas turcos y berberiscos de los siglos XVI y XVII que era una realidad viva que acosaba las costas mediterráneas, repercutiendo en el interior y exacerbando el sentimiento generalizado contra lo musulmán.

El primer texto conocido que nos habla de mo¬ros y cristianos en Alcoy es la Célebre Canturía de Vicente Carbonell, editada en 1672, relatando las fiestas que se hacían en 1668, y dice: «en cuyo día (el de San Jorge) se hace una regocijada pro¬cesión ilustrándola una compañía de Christianos Moros y de Chatólicos Christianos cuyo Alférez es el que elige el Justicia y este el que nombra el Capitán de los Moros. Por la vuelta de la Proce¬sión lleva el Justicia el Estandarte Mayor de la Villa y de los cordones los demás oficiales. Por la tarde se hacen algunos ardides de guerra, dividiendo la compañía en dos tropas, compo¬niendo la una los cristianos y la otra los moros, que sujetos a lociones de milicia se están belicosa¬mente arcabuceando; encaminándose
tanto bulli¬cio en honra y culto de nuestro famoso Patrón san Jorge que en aquellas eras invicto defendió la Villa, y en la presente la conservará y conserva¬rá con su patrocinio».

Habrá que situar por tanto el origen de la Fiesta en nuestras comarcas, después de 1609 y en fecha imprecisa en cada población de las que se hallan en el entorno de la sierra de Mariola, es decir, del sur valenciano y Moros y Cristianos tal como ahora la celebramos, y que en Alcoy ya está docu¬mentada en 1668. Pero entre esas dos fechas ¿Cuándo se visten de moro y cristiano los de la regocijada procesión? Aún no lo sabemos.

Lo que sí está claro es que en nuestras comarcas la fiesta actual no se nos ha dado hecha y montada de una vez, como aquellos espectáculos que cele¬braban acontecimientos reales, sino que ha sido el resultado de la evolución de la fiesta patronal a raíz de incorporarse a las procesiones religiosas de los patronos a finales del siglo XVI la función soldadesca, que era una comparsería constituida muchas veces en cofradía que, imitando graduacio¬nes y evoluciones militares, tenía como función rendir honores con salvas de arcabucería acompa¬ñando al patrón y a los santos titulares de ermitas e iglesias en su festividad.

Y el origen inmediato de la soldadesca está en las milicias ciudadanas de Carlos I a principios del siglo XVI para la defensa de la costa, -también se hicieron los torreones vigía- creando el I Cuerpo de Infantería de Valencia, dividido en 8 tercios y compañías de 100 hombres armados de ballestas y arcabuces, situada cada compañía en una plaza de armas. Alcoy era plaza de armas para la defensa de la Marina; a Villajoyosa acudió en varias ocasiones. Esas milicias hacían periódicamente revista de armas en fechas señaladas, como la de la fiesta del patrón, y luego acompañaban a las autoridades, y a los santos patronos, haciendo en las procesiones salvas de arcabucería. La costumbre de esas salvas quedaría afianzada con el tiempo y, al desaparecer las milicias, lo hacía la comparsería de la solda¬desca.

Las procesiones con arcabucería todavía tienen vigencia en la comarca: Castalia, Biar, Petrer, etc. En Banyeres tengo referencias que se prohibieron en 1831 por orden del Arzobispo Simó López y en Alcoy a partir de 1876 también, reconduciendo todo el disparo a un solo día, el 24.
La evolución de la soldadesca a fiesta de moros y cristianos se propició cuando los simulacros mi¬litares de enfrentamiento que se hacían después de las procesiones y en las afueras de la población, la soldadesca terminó dividiéndose en dos bandos que acabaron diferenciándose por su vestimenta morisca o cristiana. La evolución fue lenta, unido a la conciencia de la contraposición moro-cristiana que se respiraba en el ambiente del pueblo, por las razones antedichas, transformándose esa acti¬vidad festiva a finales del siglo XVII en una fundación de moros y cristianos, excepto Yecla que continúa siendo soldadesca, aunque algunas pobla¬ciones como Bocairente aún llamaba en 1859 solda¬desca a su fiesta.

La lenta evolución de la fiesta patronal a fiesta de moros y cristianos está marcada por dos hechos que tuvieron decisiva influencia. El primero fue la Guerra de Sucesión en la que el Reino de Valen¬cia sufrió las consecuencias de haber luchado por la causa perdedora. El Decreto de Nueva Planta de 1707 de Felipe V suprimió los fueros, implantó las leyes de Castilla y suprimió la arcabucería en las Fiestas. Esa situación duró en Alcoy hasta 1741 en que según dice el Cronicón del Padre Pi¬chen «…instados los vecinos de su devoción pre¬sentaron un Memorial a su Excelencia suplicando -después de 35 años de suspensión- el restableci¬miento de la fiesta en lo militar -léase arcabucería-, y para el día 23 de abril se formaron dos compañías de arcabuceros, una de cristianos y otra de cristia¬nos vestidos de moro, con 2 compañías de caballos en la misma uniformidad, barcos y pertrechos ma¬rítimos a tenor de su devoción, y por la tarde de la víspera del Santo hicieron un vistoso paseo los capitanes y oficiales militares, en la noche muchas luminarias…» Añadiendo «el día del Santo practica¬ron lo de costumbre -los actos litúrgicos-; para el siguiente día pusieron un castillo artificial de madera que era asaltado por los moros por la ma¬ñana, de embajador y fuera de las armas, y por la tarde rendían el castillo los cristianos de la misma forma, y derrotados los moros y hechos prisioneros se encaminaban a la iglesia -entonces ermita- de San Jorge rindiéndole gracias por tan feliz renova¬do suceso poniendo en libertad a los prisioneros». La estructura básica de la Fiesta quedó forjada entonces para Alcoy, en 1741, y continúa idéntica en la actualidad. Un día de desfiles, el 22 de abril, lo que empezó siendo el vistoso paseo de capitanes y oficiales militares, nuestras entradas. Un día re¬ligioso, el 23, practicándose lo mismo que desde antiguo (misa mayor y procesiones). Y un día de conmemoración histórica, el 24, con arcabucería y embajadas, «en recuerdo de los moros que asal¬taron la villa» cuando la sublevación de Al-Azraq. La segunda suspensión importante de la Fiesta se produce por la prohibición del disparo de arca¬bucería en la calle por Carlos III en 1771. Aquella supresión duró en Alcoy hasta 1785 -14 años- la Fiesta había quedado reducida simplemente a lo religioso y fue languideciendo, hasta que, después de varias peticiones al Consejo de Castilla, se con¬siguió autorización para la arcabucería, con la ad¬vertencia «celando que no hubiera excesos ni abu¬sos». Las demás poblaciones de la comarca fueron consiguiendo su autorización una a una, empezan¬do por Banyeres en el año siguiente 1786, Onil en 1799, Castalia en 1804, etc. La reanudación de la Fiesta en 1814 -suspendida al menos desde 1809- tras la invasión francesa ya no se acuerda esa prohibición.

La Fiesta se consolida de verdad cuando el pue¬blo afluye voluntaria y en forma nutrida a tomar parte en la representación festiva de su historia, y lo hace como devoción, y eso tiene lugar cuando la fiesta patronal desarrolla su estructura más allá de la procesión, y cuando la soldadesca iba perdien¬do su sentido militar, se iba festerizando, es decir nutriéndose de vecinos y no de ex soldados, lo que probablemente ocurriría a partir de la reanuda¬ción de la Fiesta en 1785.

Los vecinos convertidos en festeros no actúan desconectados sino agrupados en núcleos, que como grupos sociales adquieren vida propia. La terminología de estas comarcas llama fila a la agrupación de personas constituidas con la finali¬dad de tomar parte activa en la realización de la Fiesta.

¿Cuándo surge la fila? Es difícil concretarlo. En 1983 aún se habla en la documentación de la época de dos compañías de cristianos y moros. La primera vez que aparece la voz «fila» es en 1804 a raíz de un problema que hubo con la fila del Alférez o Capas coloradas y allí se habla de fila o compañía, conocida con el nombre de Ca¬pa encarnada. ¿Quiere eso decir que había compa¬ñías dentro de cada bando? Lo más probable es que se iniciara a partir de la reanudación de 1785 en que la Junta de devotos había adquirido un mayor protagonismo festero. En la primera regla-mentación conocida, la de 1839, ya formaban par¬te de la Asamblea General.

¿Por qué surge? «Fila» es terminología festera alcoyana y viene de fila, línea de festeros en un mismo frente, codo con codo, que es una de las formas de actuación festera.

En el lenguaje valenciano de las comarcas cen¬trales, ciertas palabras al convertirse en agudas indican una acción conjunta por la participación de varias personas, así: de «creu» viene creuá; de «botifarra», botifarrá; de «diñar», dina; de «entrar», entra y de «fuá», fila y no filada o entrada, la «d» entre dos vocales desaparece acentuán¬dose la vocal final, como así lo reconoce el Padre Fullana.

¿Por qué no comparsa? En un principio al ban¬do se le llamaba compañía pasando a llamarse fila, pero a partir de Felipe V y la prohibición de escribir en valenciano, se siguieron dos caminos para designar al grupo festero; primero se castella¬nizan las voces valencianas: «Primer Trueno» por Primer Tro; «Entrada» por Entra; «filada» por fila (aunque la palabra filada es también catalana), etc. Luego en los reglamentos ya del siglo XX, lo que se hace es «traducir las voces» buscando sinónimos: presidente, comparsa, etc.

Comparsa es una expresión muy generalizada en el mundo festero, especialmente entre los caste¬llano-parlantes, pero entre los valenciano-parlantes inspira cierta aprensión, porque en los diccionarios se dice «grupo de figurantes subalternos en una representación, que están mudos», o «grupo de disfrazados», y en realidad no traduce bien al tér-mino «fila», y aunque entre nosotros es un término normal, el forastero le puede dar un sentido peyora¬tivo -ser una comparsa- lo que no se compagina bien con el sentido que tenemos del festero. Por eso la sensibilidad festera alcoyana ha revalorizado la voz fila desde el Estatuto de 1965. Extendernos ahora en las denominaciones y vestimenta de las filáes nos desbordaría. Hacer únicamente la obser¬vación de que en general son poco adecuados a la historia, lo que hizo exclamar a un espíritu críti¬co y erudito que vino a ver la «representación de Alcoy», Llover y Vallosera, a mediados del siglo XIX «que aquello era una curiosa y ridícula ensa¬lada» y que los trajes, especialmente los moros, eran turcos, o de los mamelucos.

En cuanto a los anacronismos festeros no hay que olvidar que la Fiesta es un hecho social y no un producto erudito y que el pueblo que lo hace como divertimento se olvida de razones históricas para denominaciones y trajes, recogiendo aquello que en cada momento social impulsaba a su fanta¬sía o estaba en el ambiente (somatenes, garibaldi-nos, capellanes, etc.).

Insistir también en que el festero y el no festero de estas comarcas dice «vestirse» y no «disfrazar¬se», y si considera el traje como una especie de «hábito de un cruzado», y si se reflexiona sobre las expresiones «vestirse» y «disfrazarse», se en¬contrará las sutiles diferencias de las Fiestas de Moros y Cristianos con otras manifestaciones festivas.

Continuando el análisis de la evolución de la Fiesta, se constata que en el siglo XVIII es cuando se implantan el castillo de madera y las embajadas. ¿Por qué las embajadas están todas escritas en es¬pañol, y no en valenciano? No se olvide que eso indica que son posteriores al Decreto de Nueva Planta de 1707.

En los siglos XIX y especialmente en el XX lo que ha evolucionado desorbitadamente son las Entradas, a causa de diversos factores de presión evolutiva:

1) La incorporación de las bandas de música a los desfiles lo que se iniciaría en 1817 y la apari¬ción de la música festera iniciada en 1882.

2) La elevación del nivel de vida que permitió darle mayor fastuosidad y fantasía a los boatos.

3) La presencia de la mujer en la fiesta, iniciada tímidamente en la segunda mitad del siglo XX.

4) La masificación.

5) La preocupación por un mayor rigor histórico… ¿Y cómo definiríamos la Fiesta? Podríamos ci¬tar la que da Ma Soledad Carrasco Urgoiti: «La fiesta es una curiosa encrucijada de fuego, festejo y drama que hoy sobrevive enseria en la tradición popular de las fiestas patronales» que nos viene a reseñar los materiales cuya amalgama produjo en su momento tipos de fiestas.

Para nosotros sería «La celebración solemne del Patrón local con la simbólica y ritual represen¬tación popular masivamente presente en forma de moro y cristiano para pública diversión, de unos hechos relacionados con la presencia musul¬mana o la piratería posterior.»

La Fiesta es la misma e idéntica en toda la Co¬munidad Valenciana, unidad que no quiere decir uniformidad, sin mengua de las peculiaridades propias de cada población que le dan su propio tono, y con un esquema estructural básico que es la síntesis de estos factores: Io. El religioso que estuvo en su origen. 2o. El histórico guerrero de pérdida y recupera¬ción de un castillo que simboliza la población.

3o. El popular: es el pueblo, festeros y espectado¬res, quienes masivamente realizan la Fiesta para común diversión.

Eso es lo que se ha venido denominando la tri¬logía festera, trilogía de facetas, de aspectos, y que tiene su importancia porque la Fiesta necesita unos conceptos teóricos que señalan su marco, la pauta festera a seguir, para en su natural evolución encontrar soluciones prácticas a su problemática, que no rebasen la frontera de lo que es y de lo que no debe ser la Fiesta.

Considerada la Fiesta desde el punto de vista de su ser popular, su valor humano es incalculable como forma permanente de proyección espiritual sobre el que hacer material, social, cultural, etc.; como forma de aglutinar hombres y grupos en una mayor convivencia ciudadana, como medio de engarce de diversas generaciones, al participar todas en un mismo ideal comunitario que se trasmi¬te de generación en generación.

La Fiesta tiene un poder mágico de atracción que nos atrapa, es una fuerza poderosa que se apo¬dera de las personas y las lleva a un mundo de en-sueño y de ilusión que perdura todo el año en el que se ansia su llegada para comprobar que es cor¬to el tiempo en que se vive felizmente en común. Analizar la motivación psicológica por la que ese poder impulsa al hombre a ser festero nos lle¬varía a preguntar, ¿Y tu por qué haces la Fiesta? El niño probablemente diría que porque lo hace su padre, su familia. El joven añadiría que quizás por divertirse. El hombre maduro diría que por honrar al Patrón si su sentimiento religioso es sólido; o por ser una tradición local que como ciudadano hay que conservar y trasmitir; o porque está bien visto en la sociedad y da tono social, etc., y en el fondo porque el ser humano necesita evadirse de la rutina diaria, al menos unos días al año, y celebrar la alegría de vivir, desatándose de tabúes sociales que le aprisionan, aprovechando la oportunidad para un narcisismo exhibicionista muy humano, y siendo víctima de un estado de sugestión colectiva.

La motivación individual de esa participación es diversa, variada, incluso contradictoria, pero eso importa poco, pues la conducta social en con-junto, su acción, conduce al resultado final deseado que es la Fiesta.

Y se podrá preguntar, ¿Por qué una comunidad, dedicada todo el año al trabajo, en los días de la Fiesta se viste de moro y cristiano y toma parte masivamente en la conmemoración festiva? ¿Dón¬de se asienta el poder mágico de la Fiesta que in¬vade a la población en esos días de un clima inde¬finible, para pasmo de forasteros que ven la ciudad tomada esos días por el deambular de sus ciudada¬nos moros y cristianos?

La explicación sería la misma. Un pueblo, una comunidad humana, también es un ser vivo, que trabaja, vive y ansia evadirse de la rutina diaria; además necesita cultivar los valores espirituales que le elevan por encima de la materialidad de los sentidos y remansarse en sus símbolos que son los suyos. Se ha dicho gráficamente que las fiestas son las vitaminas espirituales de los pueblos.

Melchor Gaspar de Jovellanos, hombre liberal en tiempos absolutistas de Carlos IV, publicó su Memoria sobre espectáculos públicos y diversiones en España en 1795, trabajo que realizó por encargo del Consejo de Castilla, en una época en que lo festivo se miraba con recelo por la austeridad de los tiempos, constataba que nada hay más depri¬mente que encontrarse con una comunidad humana que no sabe expresar su alegría de vivir sin fiestas. Dice Jovellanos en su Memoria: «Hablemos prime¬ro del pueblo que trabaja. Ese pueblo necesita di¬versiones pero no espectáculos. No necesita que el Gobierno le divierta, pero sí que le deje diver¬tirse. En los pocos días, en las breves horas que pueda destinar a su solaz y recreo, él buscará, él encontrará, él inventará sus entretenimientos, hasta que se le dé libertad y protección para disfru¬tarlos», y después de analizar varias diversiones añade «las soldadescas y comparsas de moros y cristianos y otras diversiones generales, son tanto más dignas de protección cuanto más fáciles y menos exclusivas, y por lo mismo merecen ser arregladas y multiplicadas».

Y cabría preguntar: ¿la Fiesta de Moros y Cris¬tianos es espectáculo o diversión? Esencialmente no debe ser ni lo uno ni lo otro exclusivamente, porque se desatiende una faceta primordial, la de ser una conmemoración patronal. Quizás el justo equilibrio entre esas facetas sea lo que debe ser.
La Fiesta de Moros y Cristianos sería un simple espectáculo si la organizara, rigiera y satisfaciera su coste la autoridad, con una participación activa de personal asalariado, que no sería festero sino mercenario de la Fiesta. Tales eran, por ejemplo, los montajes de moros y cristianos que hemos referido para celebrar en los siglos pasados visitas reales. Siempre será un espectáculo para los foras¬teros y para aquellos habitantes de la ciudad que no participen o sean indiferentes a los sentimientos que aglutinan mayoritariamente a la comunidad.

Será diversión si el pueblo lo organiza con sus propias instituciones, satisfaciendo además mayori¬tariamente a los sentimientos que aglutinan a la comunidad, que en definitiva son su alma.

Será diversión si el pueblo la organiza con sus propias instituciones, satisfaciendo además mayoritariamente su coste, que no es poco, mayor de lo que se cree, y eso es lo que convierte a un hombre en festero, en un cruzado de la Fiesta y no en un maldito según palabra del argot festero, y con la autoridad en un discreto plano secundario «dando libertad y protección para que puedan disfrutar¬las», como decía Jovellanos.

Pero la Fiesta, además, es una conmemoración vinculada a la fiesta patronal, se hace en honor al Patrón como rezan programas y carteles, es una celebración de valores históricos recordados festiva¬mente, sobre los que se asienta nuestra cultura que forma parte del mundo occidental en que vivimos.

En la Fiesta emergen valores espirituales que la elevan por encima de la mera materialidad, ema¬na de la misma el mensaje cristiano, y en el cristia-nismo todavía se inspiran los valores morales que informan la realidad social y política del mundo occidental.

Esos valores inciden directamente en la comu¬nidad, en su cultura, en sus sentimientos. Se recuer¬dan festivamente hechos históricos sin ningún ánimo peyorativo como se comprueba en que los dos bandos contendientes tienen igual dignidad, incluso diría que el moro es más deslumbrante. Hechos que un día fueron empresa cimera de nues¬tros antepasados a quienes fundieron en un destino común -defenderse de un adversario que les podía privar de libertad y reducir a la esclavitud-, forjan¬do una tradición que al darle a la comunidad un fermento espiritual, un alma, convierte en pueblo a lo que sólo sería una mera multitud de personas y edificios.

Esas tradiciones pueden aglutinar hoy día a la comunidad en una mejor convivencia ciudadana. Son como un camino más para la relación de la persona en convivencia con sus semejantes, lo que se consigue al menos en los días de la Fiesta, en que se vive de ilusión y se olvidan problemas y sinsabores, donde todo vecino es un amigo… ¡Lástima que no pueda extrapolarse a todo el año!

Desde este punto de vista, la Fiesta de Moros y Cristianos es, y cumple, una función social, no es sólo un mero divertimento, o simple espectáculo, es un factor de convivencia que además cultiva los valores del espíritu que son los únicos capaces de aglutinar a una comunidad dándole signos de referencia diferenciales.

Por todo lo indicado, ahora que hay una fuerte expansión geográfica de la Fiesta y, por otro lado, una enorme masificación en todas las poblaciones, importa mucho que no se desnaturalice su esquema básico, lo que se denomina la trilogía festera: lo religioso, lo histórico y lo popular.

En cuanto a la expansión es lícito que cada pueblo encuentre su mejor forma de diversión, por lo que a la pregunta ¿qué hacer? hacen moros y cristianos, porque se dan cuenta de que esa fiesta es una de las mejores formas de recreación comuni¬taria porque es la más participativa, tanto activa como pasivamente. Pero no deben hacer solamente
el simple desfile, porque sólo el paseíllo de la cua¬drilla no es la corrida de toros, ni darle la denomi¬nación de Fiesta de Moros y Cristianos, porque el desprestigio de un festejo de tal clase no sólo desprestigia a todos, sino que además es un fraude a la cultura popular valenciana y a la de los pue-blos que históricamente forjan la Fiesta.

Y en el interior de cada Fiesta, una evolución negativa de la trilogía festera puede conducir la Fiesta a dejar de ser lo que es, y debe ser. Espere¬mos que eso no ocurra.