La Promesa


Demetrio García

Pues señor, esto era, no hace mucho tiempo, ni muy lejos de aquí, que ocurrió esta historia, la que quiero contar, com me la van contar a mi, y si digo mentira, es que me engañaron.
Dos hermanos eran, de parecida edad, los dos altos y bien plantados, y de la misma comparsa de su padre, desde que nacieron
Al mayor en edad, y en conocimiento, le decían, como no, Jordi. Persona seria y reflexiva, que todo se lo piensa dos veces. De pocas y bien meditadas palabras, gestos sobrios y pausados, y mirar a los ojos. Quizá por lo poco hablar, cuando uno le escuchaba, en sus palabras, siempre encontraba cordurado. bon, enconarse, y mejor amigo.
El pequeño, en edad, que no en tamaño, ya que le pasaba medio cuarto al otro, era muy diferente. inteligente, pero poco reflexivo, era, del de “dicho y hecho”, alegre, buen conversador, muy popular y querido, no le faltaba, cómo digo, intel•ligència, e incluso, tenía un poquito de astucia.
Dos hermanos tan distintos, tenían, sin embargo, algunas cosas en común: la estima de uno por otro y de los dos por su padre, pues su madre les había faltado cuando los dos eran muy pequeños.
Pues señor, que en esta vida debe haber de todo, alegrías y desgracias, sucedió, que el padre tuvo una desgracia.
Un día que con su coche iba hacia Alcoy, tuvo la mala suerte de eximirse de ella en una curva, con el resultado de que el coche se desbrozó y algo más, y él no la cuenta, pues se rompió una pierna, doce costillas, i el nas.
Así que le llevaron al hospital, i allí es va quedar, muy grave, ingresado.
Los médicos no le daban muchas esperanzas. Su padre estaba muy mal.
Como una piedra negra de amargura, cayó sobre ellos la noticia.
Se miraban, y nadie decía nada.
Pasaban las horas, largas como meses, y los días casi eternos, mientras la inquietud y la desesperación se les comía.
Cuando peor estaban las cosas para su padre, Jaime, el más pequeño, dijo muy serio:
– Hago promesa, que si el pare es posa be, tengo que salir toda la procesión del día Sant Jordi, con una docena de garbanzos en los zapatos, desfilando con nuestra escuadra.
El mayor, y de más corte, le miró, y pensó:
– Se ha vuelto loco, esto que dice no se puede hacer. ¿Doce garbanzos? ¡te los clavos en los zapatos, y ya no te caben los pies! ¿cómo puñetas tienes que caminar?
Así que le dice:
-Mira, si tú lo haces, yo también, pero solas mientras tú aguantas, o hasta que no pueda más.
Y así, quedó la doble promesa.
Si piensa que se poquita cosa, póngase en los zapatos doce garbanzos y camine un poco. Ya me contará la experiencia.
Ocurrió, que el padre, sufrió lo suficiente, tardó, y le costó su, pero, incluso, se curó.
Pasó el tiempo, llegaron las fiestas. Los dos hermanos, vestidos de festero con el sombrero rojo en la cabeza, desfilaron muy contentos en la entrada.
Al día siguiente, de buena mañana, diana i missa major.
Y sobre las siete y media de la tarde, en la calle Sant Jordi, preparándose para salir a la procesión.
Jordi le dice a Jaume:
&'61485; Recorda-te’n, doce garbanzos en los zapatos, seis en cada una, de la plaza a la plaza.
&'61485; No te preocupes por mí. Lo prometí, y lo pienso cumplir.
&'61485; Ser, ya verme.
Clavan mano en el bolsillo, sacan cada uno, un puñado de garbanzos, es lleven, primer una, seis garbanzos, y al pie. Luego la otra, seis más, y al otro pie.
Se miran a los ojos, y comenta la procesión.
Jordi, desde el primer momento siente que los garbanzos le destrozan los pies. Mucho daño le hacen. Pero mira a su hermano, y le ve tan tranquilo, que hace un esfuerzo, y camina.
Los minutos, no son más que cincuenta o sesenta puñaladas alternativas a los pies. El trayecto recorrido, muy corto. El que queda, inacabable.
Pero mira a su hermano, y lo ve sufriendo tan callado y con tanto sacrificio, que no puede menos que aguantar, él también.
&'61485; Quien lo hubiera pensado de él. ¡Tan capfluix, y dolor de cabeza! Míralo como aguanta, y apenas cojea un poco.
Plaza de la Iglesia, dolor.
calle Mayor, lágrimas.
calle Laporta, sudor helado.
&'61485; ¡No puedo más!, estoy muy mal, en retiro.
Y dicho esto, por la calle Angel Torró, se aparta hacia un portal, se quitó los zapatos, de dentro de las cuales cayeron garbanzos con sangre, y descalzo y cojo se apartó y se sentó, y se acuerda de su hermano, heroico, como un mártir, que con una sonrisa, continúa la procesión.
Al cabo de unos minutos, se pone los zapatos, y con un gran esfuerzo, camina hasta la plaza.
tiempo después, el pequeño llega, terminando la procesión, conforme a su promesa.
– Jaime, enhorabuena. Nunca me lo hubiera pensado. No creía que pudiera aguantar tanto. ¡Si yo ni siquiera he podido llegar a la mitad”. Salvo los zapatos, trabaja los garbanzos, y vamos a casa a poner los pies en un baño de agua con sal.
Jaume es para, coge un zapato, y con mucha parsimonia, la voltea.
En lugar de caer rodando los garbanzos, de dentro del zapato, no cae nada.
-¿qué has hecho? ¿Dónde están los garbanzos?
– Aquí dentro son todos, y al otro pie, seis más.
– ¡No puedo creerlo! ¡enséñamelos!
Clava los dedos en el zapato, Y saca una pasta de color indefinido pegada a los dedos.
&'61485; ¿Dónde están los garbanzos?
&'61485; aquí
&'61485; ¿Aquí?
– Y. Recuerda los términos de la promesa: Doce garbanzos, seis en cada zapato. Y doce he puesto. Toda la procesión, y toda la procesión les he traído.
¡Pero, no se dijo nada. Prohibiendo que los garbanzos estuvieran hervidos!

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