Historia y leyenda de San Jorge Mártir


Adrián Espí Valdés (Cronista de la Filà Navarros. Alcoy)

No sé -no sabemos nadie, o quizá muy pocos- cuándo podrán aclararse los datos referidos a San Jorge, dado que la gran cantidad de leyendas tejidas en torno a su vida y su existencia dificultan enormemente subrayar conceptos, separar mitología y biografía y entender perfectamente su martirio, puesto que la Iglesia católica, como así la griega, le honran como uno de los grandes mártires del cristianismo de los primeros tiempos.
Es evidente que la conocida “Leyenda Dorada” – obra medieval – constituye la base principal de toda literatura existente sobre el noble caballero del dragón, esforzado paladín y “atleta de Cristo”. Pero hay que suponer que en la referida “Leyenda” – tan fundamental para seguir penetrando en la existencia de San Jorge – acaso prevalezca más el aspecto literario, que la propia verdad histórica.

Y comenzamos a tener problemas cuando manejamos las fechas, tanto del nacimiento como de la muerte, tras sufrir el cruel martirio. El año 280 y el año 303 supondría el ciclo biológico del soldado, su muerte se producía a los veintitrés años de edad, siendo Diocleciano emperador de Roma

Aquí comienzan las discrepancias. Él era descendiente de una noble familia de Capadocia, servía como oficial en las cohortes del expresado emperador de Roma, gran perseguidor del cristianismo y, por aquellos tiempos – y comienza la leyenda – un dragón atemorizaba Palestina, concretamente a los habitantes de Dióspolis, que sacrificaban al terrible animal, y diariamente, dos ovejas, hasta llegar a la exigencia de los seres humanos, comenzando por la hija del rey… Jorge el Capadocio atravesó con su lanza al diabólico dragón y 15.000 personas, los habitantes de Dióspolis, abrazaron, agradecidos, la fe de Jesucristo. El caballero “del Dragón” fue arrestado por alborotador y torturado en Nicomedia… La fama de su fortaleza se extendió rápidamente, con la velocidad del viento y del fuego por todo oriente, “De Oriente a Occidente” como canta un himno escrito en su memoria, y el pueblo lo elevó a los altares ya en el siglo V, proclamándolo patrón de Siria y Etiopía, Portugal e Inglaterra, en los reinos de Aragón y Valencia y el principado de Cataluña. Es el rey Enrique III quien declara la fecha del 23 de abril, el día de la muerte del joven soldado, fiesta de precepto. Era el año 1220…

Bien, quizá hacía falta este preámbulo para penetrar en la figura – a veces impenetrable para el gran público, pero no para los bañerenses y los alcoyanos – de este esforzado joven que, quiérase o no, “revolucionó” muchos conceptos, aglutinó a gentes e hizo posible el milagro del gesto noble y de la concordia, dado que su vida y su “Leyenda” – toda una liturgia entrelazada y perfectamente hilvanada – se tomaba como ejemplo y santo y seña en momentos difíciles y en horas de júbilo: santo del bien para la paz y el abrazo, que no para la guerra.

Decíamos al comienzo que los desacuerdos cronológicos en torno a la figura de nuestro santo patrón surgen muy pronto y, lo peor de todo es que, pese a la importancia que tiene su culto y lo que ha representado para la Iglesia y para los pueblos, aún se mantiene. Son demasiadas las vaguedades y las contradicciones que están vigentes todavía, y tal y como ya decía en 1926 Ramón d’Alós-Moner, con el tiempo “si cada nou escrit consagrat al gran cavaller aportava alguna llum sobre la seva historia i sobre el seu culte, fa temps que el tema hauria cessat d’ésser un dels més obscurs de l’hagiografia”, pero la realidad es que no ha sido así ni aún con el revisionismo de los últimos años.

Volviendo a las fechas – asunto imprescindible que debe esclarecerse – se supone que nació en el 279, pero ciertas actas griegas de los llamados “Bolandistas” retrasan tal circunstancia al 270, contradicción ésta que está como tantas otras por aclarar. Las contradicciones y las vaguedades se multiplican en cuanto a la fecha del martirio y consecuente muerte: el 273 es el año exacto para el clérigo V. Molina; en el 290 la fecha el cardenal Baronio, Juan Croisset en su “Año Cristiano” y el fraile Álvarez de la Fuente aseguran que el año es el 290. Pedro Natal en el 291. El año 297 es el que suscribe Francisco de P. Morell en su “Flos Sanctorum”. Gaspar de la Higuera habla del 302, y Aguilar y Jean Derche un año después, en el 303.

Lo que es evidente es que la última gran persecución de Diocleciano contra el pueblo cristiano se produjo entre el 302-303, años primeros del siglo IV, empujado por las maquinaciones de su yermo Galerio. Es la voz de Jorge de Capadocia la que se alza contra esta injusta persecución – como señala Ribadeneira, en 1865 -, oponiéndose frontalmente al decreto imperial. Grilletes, cadenas y tormentos caen sobre el joven soldado, pero ni el fuego que quemaba su cuerpo, no las ruedas de cuchillos y puntas afiladas – recuérdese las distintas tablas del retablo “Centenar de la Ploma”, de Marçal, en el The Victoria and Albert Museum, de Londres – pudieron con la firme decisión de quien era martirizado, que se negaba a perseguir a los cristianos.

Quizá sea esta fecha última, la del 303 la más acertada, pero de cualquier modo está por concretar. Si así fuera San Jorge habría vivido 23 años; del 280 al 303.

Sin embargo, otra circunstancia, reciente, viene a enturbiar estas aguas georginas. El conocido rotativo “L’Osservatore Romano” de los días 5 y 6 de mayo de 1984 daba a conocer una serie de noticias en torno al llamado “Centenario de San Jorge de Capadocia”, señalando que se celebraban en la Basílica de San Jorge al Velabro con ocasión del XVII Centenario, con una gran exposición iconográfica en el salón Pietro da Cortona del Palacio Barberini. Eran actos conmemorativos del centenario de su nacimiento, el 284. Difícilmente, pues, pudo sufrir martirio en el 290.

Los alcoyanos sin embargo, en este año 1990 celebramos el XVII Centenario de su martirio, ya que en 1890 nuestros antepasados celebraron el XVI. No son misterios ni incongruencias, tan sólo desajustes y, desde luego, fe y amor a raudales en San Jorge.

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