El día del Santo Cristo


Ricardo Díaz Rábago y Verdegue

(Apuntes sobre la dimensión religiosa de nuestras fiestas)

Es la fiesta una de las expresiones más genuinas del ser y quehacer humano. Incluso un hecho “diferencial” de otros seres vivos. Es un canto a la vida, una eclosión de vitalidad, un aflorar deseos y esperanzas, una celebración gozosa de logros, conquistas, victorias.
Como acto profundamente humano, toda fiesta auténtica, lleva en sí todos los integrantes del hombre, entre ellos la trascendencia, su dimensión y vivencia religiosa.
Nuestra Fiesta, que con gozo la proclamamos en su más pura autenticidad. Uno de nuestros mejores legados y el mejor valor presente, aglutina en sí vida, vitalidad, historia, sentimiento, esperanza,… religiosidad.

Sí, nuestra fiesta, la de Bañeres, está profundamente impregnada de la vivencia y sentir religioso de nuestro pueblo, vivencia que no queda plasmada sólo en la figura insigne del Patrón San Jorge, el gran mártir cristiano, sino que ha condensado y cristalizado en múltiples, ricos y variados, aspectos, actos y vivencias de nuestra historia, de nuestra vida personal y comunitaria.

Hoy aportaría unos apuntes sobre el último día de fiestas, y su implicación religiosa, en concreto el acto del Santo Cristo, uno de los momentos del 25 de Abril, día emblemático por excelencia para Bañeres.

En los pueblos y culturas antiguas, hasta los más remotos vestigios, encontramos huellas, datos, testimonios del sentido trascendente y religioso del hombre, que buscaba relacionarse con la divinidad en los altos, allí levantaban altares, lugares de culto. Son innumerables los altos y montes sagrados. En el mismo libro del Génesis, cuando nos habla de aquéllos pueblos antiguos, refleja y plasma los sentimientos religiosos y sus costumbres.

Dice Dios a Abraham: “Toma a tu hijo, al que tanto amas, Isaac, y vete al país de Moria, y ofrécemelo allí en holocausto en un monte que yo te indicaré” (Gn. 22, 2). Llegado al lugar dijo a los criados: “Quedaos aquí con el asno, mientras el muchacho y yo subiremos arriba: adoraremos a Dios, y después volveremos con vosotros” (Gn. 22, 4). Y dice que “cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado. Abraham levantó un altar, preparó la leña…” (Gn. 22, 9). Y Abraham puso a aquel lugar el nombre de “El Señor provee” y por eso todavía hoy se dice “el monte del Señor provee”. Comienza nuestra historia de pueblo religioso en un monte.
El pueblo de Israel se configura como tal Pueblo de Dios en el monte Sinaí. Es Moisés quien había con Dios en la montaña, quien recibe le ley (Ex. 19, 20).
Los profetas anunciaron el nuevo Israel, el nuevo pueblo de Dios, y proclaman al Pastor figura del Mesías: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño… las sacaré de en medio de los pueblos y las recogeré de entre los países. Las llevaré a su tierra. Las pastorearé por los montes… su majada estará en los montes altos de Israel” (Ez. 34, 11-14).
Y cuando llegue la plenitud de los tiempos Jesús retomará este sentido religioso, ese vivir la dimensión religiosa uniendo Monte-Dios-Salvación-Alegría.
Jesús se retirará al monte a orar, a ponerse en contacto con Dios su Padre en innumerables ocasiones (Mt. 14, 23 y otras). Es en un monte (el de las Bienaventuranzas) donde proclama la carta magna del Reino de Dios: “Al ver las multitudes, subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos y se puso a enseñarles”. Bienaventurados, dichosos, felices… (Mt. 5, 1 y ss).

Es en el Tabor, cuando se manifiesta como Dios, “tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó a un monte alto a solas. Y se transfiguró ante ellos” (Mt. 17, 1 y ss.). Es en un montículo, “llamado “la calavera”, en hebreo “Golgot” donde lo crucificaron”. (Jn. 19, 17-18), donde nos salva con su muerte. Es desde un monte desde donde sube a los cielos: “Dicho esto lo vieron subir, hasta que una nube lo ocultó a su vista”. “Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte de los Olivos, que dista poco de Jerusalén” (Mc. 1, 9-12)

Siendo nuestra fiesta un canto a la vida del hombre, que incluye su dimensión religiosa, un entramado rico y denso de contenidos religiosos, no podía faltar esta dimensión del monte santo –fiesta- banquete.
Nuestro último día de la fiesta, se centra en un monte con tres momentos: El lugar sagrado y el culto; el banquete; el fin de algo y el resurgir lo nuevo.
Quizá el lugar en que está enclavada la ermita fuera desde antiguo un lugar de culto asumido y trasformado por los cristianos. Está en lo alto, fuera del poblado.
En el siglo VI encontramos unas consignas interesantes que el Papa San Gregorio Magno dijo: “No destruyáis los templos paganos: consagradlos al servicio del Dios bendiciéndolos y rociándolos con agua bendita. Reemplazad los ídolos paganos por reliquias y estatuas de los santos. Las grandes ceremonias acompañadas de sacrificios pueden recibir un nuevo significado si se les asocia a una fiesta cristiana, después de la ceremonia religiosa, los fieles podrán matar sus terneros y comerlos en una comida de acción de gracias…” (A. Freitag. Atlas du monde Chretien. Paris-Brusseles 1959, pag. 36).

Como podemos observar, en nuestra fiesta se dan todos los elementos citados: un templo, un culto, una comida. ¿De dónde, si no la comida en el monte “l’almorsar” del Santo Cristo? Podría ser, repito, este momento del Santo Cristo una de las raíces más profundas de nuestra fiesta, de los elementos más primitivos y primigenios. Y es que el pueblo y la fiesta van uniendo y aglutinando… movidos por una dinámica más o menos consciente pero sabía, acrisolando, fundiendo, haciendo suyos todos los valores que le son propios.

Al celebrar, después de la reconquista, una fiesta cristiana, una fiesta de victoria, de configuración de un pueblo cristiano (moros viejos – antiguos moros – cristianos nuevos; cristianos- cristianos viejos) no se ciñeron sólo a cantar y proclamar las glorias del gran mártir cristiano, el caballero Jorge, sino que con igual solemnidad, con misa solemne, con la presencia de capitanes y abanderados, celebraban la misa del Santo Cristo porque la victoria definitiva nos viene de Cristo. San Jorge es un “fiel imitador de la pasión del Señor”. Un Mártir. Y es que la primera y última razón de la fiesta cristiana es la victoria de Cristo sobre la muerte, liberándonos, haciéndonos libres, iniciando una nueva historia del hombre. Esta es la razón más profunda de la fiesta cristiana. Por eso más de un antropólogo ha escrito sobre el tema tan sugestivo, pero que aglutina estos términos inseparables, “cristianos en fiesta”. En Bañeres lo celebramos además dentro del marco inigualable de la alegría de la Pascua cristiana.
No se concibe la fiesta sin banquete, y la fiesta auténtica es la que invita a todos, así lo expresa el profeta Isaías: “El Señor todopoderoso brindará a todos los pueblos en esta montaña un festín de pingües manjares, un festín de vinos excelentes… Aquel día se dirá: Este es nuestro Dios, de quien esperamos que nos salve, este es el Señor, en quién esperamos. Alegrémonos, gocémonos porque nos ha salvado. Pues la mano del Señor reposa sobre esta montaña” (Is. 25, 6, 19).

Así lo describe Jesús en el Evangelio: el “reino de los cielos se parece a un rey que preparó un banquete de bodas, dijo a los criados: salid a los caminos y a todos los que encontréis invitadlos a la boda” (Mt. 22, 2 9), sólo exigirá que vayan vestidos de fiesta.

Así es nuestra fiesta, con un banquete para todos, en plena campiña. Sólo se exige para estar en él, estar vestido de fiesta, estar en fiesta.
Y un tercer y último aspecto: El Santo Cristo, es una presencia constante de que en la cruz de Cristo (la victoria sobre la muerte y el pecado, la verdadera libertad y liberación del hombre) lo viejo queda sepultado y surge un mundo nuevo.
Cuando ya el esfuerzo de un año toca su fin, es a la puerta el Santo Cristo donde concluye un ciclo y donde emerge lo nuevo con la “alçà dels capitans”, la primicia de algo nuevo, la esperanza del futuro de la nueva fiesta.

Y desde allí bajar de nuevo al pueblo para proseguir la vida cotidiana, comenzar un nuevo ciclo, en algo que marca por completo la vida del pueblo, la fiesta.
Sí cristianos en fiesta. Dos términos que no deben separarse.
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