Actas de San Jorge Megalo-mártir de Lida


Antonio Belda, presbítero

(Llamada también Dioscópolis) in Palestina. (Del manuscrito griego de
Venezia, confrontado con los manuscritos Vaticano y Florentino).

Capítulo II

Nuevos tormentos.
Victoria sobre el mago Atanasio.

10.- Diocleziano, llevando a mal lo sucedido, reacciona irracionalmente. Ordena arrojar al santo en un horno de cal recién cocida. Pone guardias para evitar que nadie pueda prestarle ayuda hasta el tercer día.
Atado es conducido a este suplicio. Jorge reza en voz muy alta: “¡Oh conservador de los afligidos, amparo de los perseguidos, esperanza de aquellos de los que nada se espera! ¡Señor Dios mío escucha las plegarias de tu siervo! ¡Mírame y ten compasión de mí! ¡Líbrame Señor de las insidias del adversario! ¡Concédeme conservar hasta el fin inmutable la confesión de tu nombre! ¡No me abandones, Mr., a causa de mis iniquidades cuando mis enemigos digan: ¿dónde está tu Dios? ¡Muestra tu poder, ilumina tu nombre en mí, siervo tuyo inútil! ¡Envía tu Ángel, custodio de mi indignidad; Tú que en Babilonia mudaste el horno de rocío y conservaste ilesos a los tres jóvenes! ¡Tú eres bendito para siempre. Amén!”
Los esbirros enviados regresan una vez han ejecutado lo ordenado.
11.- Diocleciano dice a los tres días a los mismos “No quiero que de Jorge quede ni tumba, una vez que ha sido arrojado en el horno de cal por su perversidad y contumacia. Sus seguidores le honrarían y caerían en perdición, victimas de su loco deseo de gloria.” “¡Id, poi, y enterradlo y borradlo para siempre si ha quedado algo de sus huesos!”
Los soldados van con la mayor rapidez posible. Les siguen una multitud del pueblo; desean ver detenidamente lo sucedido y qué podría pasar. Sacan la cal. Dentro del horno está el santo vestido resplandecientemente como quien vuelve de un banquete. Dando gracias a Dios por todos sus beneficios, con las manos levantadas. Le sacan del horno; Jorge no lleva ni señal de lesión. Los asistentes atónitos, alaban a Dios.
12.- El rumor del prodigio llega a Diocleciano; los soldados se demoran y pasa el tiempo.
El emperador se aproxima a Jorge y, pasmado, le dice “¿De dónde sacas, Jorge, estos prodigios y con qué arte se realizan en ti? Pienso que simulas la religión del Crucificado y que haces magia; con tus hechos extraordinarios arrastras y te muestras como grande. De ese modo publicas a tu Dios superior a todos los dioses, sea lo que sea.”
El Santo responde: “Ciertamente yo creía, Emperador, que no podría abrir la boca despreciando a Dios: Él es poderoso en todo y libra de sus angustias a los que esperan en Él. Estás en un abismo profundo de error, seguramente apremiado por el diablo. Deploro tu ceguera porque has decidió no creer los milagros que acabas de comprobar con tus ojos y los llamas brujerías. Eres un miserable, indigno de que te conteste.”
“Ahora conoceré, dice Diocleciano, si haces cosas admirables ante nosotros, si me juzgas indigno de contestarme y si tienes quien te cura contra tu voluntad.”
Ordena traer unos zapatos de hierro con clavos bien puntiagudos. En su presencia son metidos en la fragua. Cuando están al rojo vivo se los calzan al mártir y le conducen a la cárcel azotándolo por el camino.
El tirano se burlaba diciendo: ¡Qué corredor tan veloz eres, Jorge!”
El Mártir tan amargamente conducido y vapuleado se recreaba consigo mismo diciendo: “Corre Jorge hasta que les des alcance. Corre de tal manera que no sea en vano”. Luego invocaba a Dios y decía: “Señor mira desde el cielo mi trabajo y atiende el gemido de tu siervo sujeto con estos hierros; mis enemigos se han multiplicado; a causa de tu nombre me odian inucuamente. Tú Señor, sáname porque mis huesos han sido triturados. Dame paciencia hasta el final; que mi enemigo no diga: le he podido.”
De este modo rezaba camino de la cárcel, esposado al guardián, afligido de las heridas que los zapatos ardientes con púas le causaban.
13.- Todo el día y toda la noche pasó dando gracias a Dios.
Al día tercero le llama el Emperador y se presenta. Estaba en el teatro público, sentado, formando tribunal. Ve que el santo anda tan garboso como si ninguna molestia recibiese de los zapatos con pinchos. Exclama muy admirado: “¿Qué sucede Jorge? ¿Acaso has encontrado placenteros y cómodos los zapatos?”
Y Jorge: “Ciertamente, Emperador.”
Diocleciano dice: “Abandona tu audacia, compórtate con modestia, deja tu magia y acércate. Sacrifica a los dioses propicios. De lo contrario te pondré en otros muchos tormentos y te quitaré esta vida tan dulce.”
Y Jorge: “¡Cuan necio pareces! ¡Qué llames engaño al poder de mi Dios! ¡Qué compares sus auxilios a la magia, juegos de los demonios a los que adoras! ¡Qué digas tal superchería con tanto descaro!”
Diocleciano con voz irritada y mirada terrible manda interrumpir al Mártir; que los soldados le golpeen en la boca; “que aprenda así a no ultrajar al Emperador”. Luego ordena que le azoten con nervios de buey hasta que su carne y sangre se mezclen con el suelo.
14.- El santo Mártir atormentado con tanta crueldad permanece alegre. El Emperador admirado comenta a sus cercanos: “Sin duda alguna que esto no proviene de fortaleza y de virtud, antes al contrario de magia”.
Magnencio le propone: “Hay en este lugar un hombre muy especializado en magia; si quieres hazle venir. Jorge será vencido y sucumbirá. Es llamado el mago. Se presenta al Emperador, que le dice; “Qué ha hecho este malvado todos lo han presenciado; cómo lo ha realizado asunto tuyo es saberlo. Deshaz sus engaños. Hazle modesto y comedido, o con tu magia quítale enseguida la vida. Así le veremos cogido en sus propias redes; que reciba la muerte que ha merecido. Le he permitido vivir hasta ahora porque he decidido tu intervención mágica. El mago Atanasio promete al Emperador que tres días después hará el cometido.
El Emperador ordena custodiar encadenado al Santo y abandona el tribunal.
De nuevo Jorge ingresa en prisión y ruega a Dios: “Tu misericordia Señor sea admirable en mí; dirige mis pasos a tu confesión y conduce mi camino en tu fe, para que en todo sea alabado tu nombre.”
15.- Cumplidos los tres días, constituido el tribunal, Diocleciano está sentado en el sitio más preeminente y llama al mago. Acude inmediatamente con la gravedad de los labios, enseñando unos ingredientes en tarrito de cerámica. Dice al Emperador: “Traigan ahora al reo y, con la ayuda de los dioses, sentirá totalmente el poder de mis preparados. Si quieres que esto loco haga lo que tu dices que tome esta bebida (y presentaba un tarrito); al contrario si deseas que tu tribunal presencia su amarga muerte que beba de este otro.”
El Emperador manda que San Jorge sea conducido a su presencia; y recién llegado exclama: “Por fin, Jorge, tus magias se van a acabar o van a desaparecer.” Y ordena que le hagan beber a la fuerza el fármaco preparado. Lo bebe de buena gana; no nota nada de mal. Finalmente no sucede ninguna novedad. Está gozoso. Ha burlado el engaño del demonio.
Pero el Emperador está furioso, quiere que se le fuerce a tomar el otro tarrito. El divino Jorge no espera a que le fuercen a beberlo y, espontáneamente, lo toma de buena gana; pero es guardado del mismo modo sin mal alguno por el auxilio y la gracia de Dios.
El Emperador y el Senado quedaron atónitos, y no menos el mismo Atanasio, al ver hecho tan extraordinario.
El Emperador repuso al Mártir: “¿Hasta cuándo nos llevarás al pasmo con tus hechos? ¿Por cuánto tiempo no nos dirás la verdad? ¿Por qué razón menos precias los tormentos que te damos, y escapas del efecto de las pócimas que te hemos administrado? ¡Vaya, esclarécenos todas las cosas; te escuchamos atentamente!”
16.- El bienaventurado Jorge responde: “Emperador no pienses que permanezco incólume por medios humanos, sino por el poder e invocación de Cristo. Confiado en ellos nada hacen los tormentos, según su disciplina arcana.”
Y Diocleciano: “¿Cuál es esta disciplina de tu Cristo?”.
El divino Jorge: “Previendo tu diligencia para lo peor, confirmado a sus discípulos, instituyó que no temieran a los que matan el cuerpo y que no se preocuparan de lo superfluo diciendo: “No caerá un cabello de vuestra cabeza” y “aunque bebiereis algo mortífero no os dañará”. Por último escucha, oh Emperador, hablando brevemente, esta es su promesa verdadera: “El que crea en mí hará las misma cosas que yo hago.”
Diocleziano: ¿Cuáles son sus obras que dices?”
Responde el divino Jorge: “Dar vista a los ciegos, curar a los leprosos, hacer andar a los cojos, abrir los oídos a los sordos, expulsar a los espíritus inmundos, resucitar a los muertos y otras cosas semejantes.”
El Emperador vuelto a Atanasio: ¿Qué dices a esto?”
Atanasio: “Admirado estoy de que Jorge, propalando mentiras a tu mansedumbre esté persuadidote que tu imperio pueda equivocarse. Alcanzamos a diario beneficios de los dioses inmortales, y de su bondad gozamos de muchos bienes; pero nunca hemos visto resucitar a los muertos en nuestros días. Éste, confiado en un hombre mortal, adorando a un Dios crucificado, desvergonzadamente le hace testigo de los mayores signos. Más cuando afirma ante todos nosotros que su Dios ha hecho tales cosas, y que aquellos que esperan en Él experimentan su promesa verdadera, y que harán lo que Él mismo hizo, que resucite ante ti un muerto. Entonces veneraremos también a su Dios como todopoderoso. En aquel sepulcro de piedra que se ve allá enfrente hay un muerto que yo conocía; hace poco que está sepultado. Si Jorge lo resucitara. Vencería ciertamente.”
17.- Admirado el Emperador accedió al consejo de Atanasio para que lo intentara. Había un sepulcro grande enfrente del tribunal, a medio estadio de distancia. Entonces Magnencio, que asistía al Emperador, pidió que el divino Jorge fuera desligado de las cadenas que le sujetaban. Y le dice: “Muéstranos ahora las obras maravillosas de Dios y por la fe nos juntarás con Él.”
San Jorge contesta: “Mi Cónsul, Dios, que ha creado todas las cosas de la nada, no es impotente para resucitar por mí este muerto. Pero no podéis entender lo verdadero a causa de vuestras mentes engañadas por el error. Temo que, por el pueblo presente, aquello que mandáis para tentarme, Dios lo haga por mi medio y que lo atribuyáis a magia también. Ve aquí en vuestra presencia al mago que habéis traído: ha confesado que esto no puede conseguirse ni con hechizos ni con ninguno de vuestros dioses. A vista y oyéndome todos los presentes rezaré a mi Dios”.
Diciendo esto, puesto de rodillas, casi llorando rogaba a Dios; y levantándose continuó así en voz alta: “Dios eterno, Dios misericordioso, Dios de todas las fuerzas y que todo lo puedes, que no confundes la esperanza de los que en ti esperan. Señor Jesucristo escúchame, a mí mísero siervo tuyo, en esta hora, Tú que escuchaste a los apóstoles en todo lugar y en todas las cosas con prodigios y señales. Concede a esta generación mala el milagro que ha pedido y resucita al muerto que descansa en el sepulcro, para confusión de los que no te adoran y para gloria tuya y del Padre y del Espíritu Santo. Te pido Señor que hagas ver a los aquí presentes que tú sólo eres el Dios altísimo sobre toda la tierra; que ellos mismos conozcan que tú eres el Señor poderoso, que todo está sujeto a tu deseo y que la gloria es tuya para siempre Amén.”
Dicho el amén por el santo sonó un trueno enorme, tanto que todos temblaron de pies a cabeza.
Entonces, abierto el enterramiento, resucitando el muerto sale del sepulcro a vista de todos.
18.- Seguidamente se levanta un tumulto en el pueblo; muchos a grandes voces ensalzan a Cristo como Dios sumo.
El Emperador y su corte, llenos de estupor y de incredulidad, decían que Jorge era grande y que engañaba a los presentes por medio de los espíritus. Pero cuando constataron que el resucitado hombre verdadero y que invocaba a Cristo y que corriendo hacia Jorge se le juntaba, quedaron mudos como carentes de juicio.
Atanasio, corriendo, se arrodilla a los pies del Santo, proclamando a Cristo Dios omnipotente, y pidiendo al Mártir por sí mismo para alcanzarle el perdón de lo que había hecho por ignorancia.
Después de un largo espacio de tiempo Diocleciano, indicando silencia al pueblo, habló de este modo: “¿Veis el engaño? ¿Percibís claramente la malicia de estos prestidigitadores? Este pésimo Atanasio, favoreciendo ocultamente a su muy semejante y estudioso de su mismo arte, no le ha dado los fármacos de encantamiento para engañarnos. Por eso Jorge apenas ha sido perjudicado con aquellos rebajes; antes bien, más falto de consideración, ha prometido que resucitaría al muerto. Han simulado resucitar al fingido difunto a favor propio”:
19.- Dicho esto, el tirano ordena que Atanasio y el resucitado juntos, allí mismo, sean muertos a hachazos, como a los que confesasen públicamente que solo Cristo es Dios. Mas al Santo Mártir Jorge lo mete en la cárcel: “permanecerá encadenado hasta que delibere lo se haya de hacer con él, una vez yo quede libre de trabajos público.”
El Emperador regresa a su palacio. San Jorge, en la cárcel, exultaba en su espíritu y proseguía la acción de gracias a Dio:”Gloria a ti Señor, que no confundes a quienes esperan en Ti. Te doy gracias porque me has ayudado en todas pares; porque cada día me concedes beneficios más grandes aún y adornas mi bajeza. Hazme digno Cristo Dios mío, de ver prontamente tu gloria, ahora que estoy confundido.”

Continua ...

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