Un año más… el veinticinco de abril


Juan Castello

Esta fecha ha sido reflejada infinidad de veces en las páginas de nuestra Revista, pero son tantas las emociones, tanto el pluralismo de sentimientos, que se podrían emborronar cuartillas y cuartillas con manos trémulas por la emoción del recuerdo.

En la vivencia tranquila
del recuerdo de los muertos,
brilló una perla caída
sobre la tierra sagrada
en que descansan los nuestros;
de una mejilla rosada
brotó, mientras se rezaban
oraciones de recuerdo,
escondiendo avergonzada
su luz y su sentimiento;
sobre la escarcha plateada,
fecundose entre las flores
de mil intensos colores,
que imaginación soñara.

Luces, flores, sentimientos, entre pólvora quemada.
Vivencias, sueños, recuerdos… que brotan de salva en salva.

Cada cual que sumerge en sí mismo y asiste a la misa con un sinfín de emociones distintas entre sí, pero con la homogeneidad de la fe en Cristo y en su mediador San Jorge.

Si pudiéramos penetrar en lo íntimo de cada persona, veríamos con la recopilación de todos los pensamientos, una película de nuestra historia; pero una historia íntima y sentimental, con todos los pequeños detalles por los que merece la pena vivir; no la crónica fría, que nos narran quienes se dedican a escribir a grandes rasgos, el desarrollo humano, técnico o económico de un pueblo.
Nadie es capaz de penetrar en lo íntimo de cada persona, no se ha llegado todavía a tal grado de deshumanización. No obstante mediante una pantalla hipotética donde estudiar los sentimientos humanos, veríamos esta mañana en el cementerio, sin identificar nombres ni personas, una serie de planos o vivencias que serían más o menos así: aquella primera carroza… con festeros que ya viven en espíritu por haber dejado el cuerpo: la ilusión de aquella escuadra al frente de quien un día supo imponerse en el mando; el pasodoble guerrero, el repique de campanas, el despertar de morteros y el dormir entre cohetes y fuego; el primer traje festero adaptado de uno grande por las manos cariñosas de una madre, que ya no vive, pero a quien el pensamiento dedica el recuerdo y dice que con el poeta “suplir la ausencia así, reconstruyendo tu mirada también, el claro vuelo de tus pupilas, tu aire, esa ternura que se derrama en todo cuanto miras. Y no renuncio, no; he de soñarte, ya que besarte ahora es imposible”. Y otras vivencias: La Embajada con nerviosismo de estreno en que un padre y un hijo, recitan por vez primera los versos del poeta de Benejama escritas adrede para ellos; el despojo, despedida de un viejo octogenario que había estado muchos años sin recitarle y de buenas a primeras se lanza, como un último suspiro a la vida de la fiesta; el de un niño y el entierro de un anciano…; las flores de primavera; las añoranzas lejanas de quienes no asisten a la fiesta; las noches de teatro que se preparaban como actos culturales en la noches de la fiesta; pasodobles que ensayaban en pugna la banda “novo” y la “vella”; aquel “molinet de vent” que estrenaron como carroza la Comparsa de Labradores; la “rodella”; “San Jordiet el Vellet”, el del “conjurador” olvidado o escondido en algún rincón del pueblo y del que guarda copia fidedigna, tallada en 1802, una familia devota al santo.

Esto y muchas cosas más podríamos citar junto con nombres, que son venerados en nuestra memoria y que por respeto callo, para evitar el olvido de quien pudiera merecerlo más, podríamos ver en la pantalla indiscreta; pero a Dios gracias todavía nos queda la libertad de pensar, de sentir y recordar en intimidad.

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