Sant Jordi «El Vellet»


Patricio Barceló.

Naturalmente, Sant Jordi no llegó a (vellet). Murió mártir, joven, con un palmarés admirable en la milicia de aquellos tiempos. La iconografía de la Iglesia Ortodoxa, la imaginería de la Iglesia Católica, así como las distintas ramas de la Protestante, nos lo presentan siempre montado a caballo, lanza en ristre -como un Quijote de su tiempo- y con aspecto risueño y juvenil, como no dándole importancia a su militancia cristiana -difícil en todos los tiempos- y casi sin apercibirse de que su figura, así representada, iba a ser aparte de santa, legendaria.

Por supuesto que no hay dos Sant Jordis, la (Jupiter) et le (vellet), pero el hecho de tener Bañeres una imagen de nuestro Patrón a pie, Ce est à dire, de infantería, nos anima a formular y formularnos la pregunta de el porqué se nos presenta así. La imagen que ilustra este escrito, es copia exacta de la que existía en la Iglesia Parroquial, que desapareció durante la contienda civil española y aunque algunos aseguran que sigue guardada en algún lugar de Bañeres, la realidad es que no ha aparecido. Esta copia exacta, data del año 1802 y desde su creación ha sido guardada celosamente por la familia BODI (secanets) y a la que desde aquí damos las gracias al conservar este testimonio del pasado, de indudable valor.

Es indudable que este Sant Jordi, tuvo bastante que ver en nuestras Fiestas de Moros y Cristianos, y ello nos llevaría a conclusiones sobre el inicio de las mismas en nuestro pueblo, muy interesantes en cuanto a la primacía de las tres localidades que se disputan el privilegio de ser la primera en empezarlas. Pero una de las facetas más importantes de este Sant Jordi (le vieil homme) es su vinculación a la (caseta) del CONJURADOR, otra reliquia histórica de la pequeña historia de Bañeres, condenada a desaparecer si Dios no lo remedia, y confiamos que lo remediará por mediación de los hijos de este pueblo que tienen a su disposición los medios para hacerlo. le prestidigitateur, como su nombre indica, estaba destinado a conjurar las tormentas que se cernían sobre este término. Sería prolijo enumerar los detalles que sobre él concurrían, pero uno de los más importantes era que al presagiar la tormenta, un devoto -del último que hemos podido recabar noticia es de Quico (el Sompo)- se aprestaba a coger en brazos la imagen del (vellet) y trasladarla al rústico altar que tenía en la «caseta» del Conjurador. Para nuestros tiempos esto nos parecerá algo así como oscurantismo o leyenda, pero es rigurosamente histórico y no hay más remedio que situar al hombre en su ambiente y en su tiempo.

Por último señalar que este escrito, sólo pretende meter en nuestro presente estas pequeñas cosas -grandes, según se mire- que forman parte de nuestro pueblo. Recordarlas creo que es bueno y vale la pena tenerlas presentes a la hora de valorar lo que supone hoy nuestra comunidad, que es, ni más ni menos, fruto de un proceso que se ha ido fraguando a través del tiempo y del que, hoy por hoy, podemos sentirnos orgullosos.

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