San Jorge: historia y leyenda


Ricardo Díaz de Rábago y Verdeguer

En nuestras formas de expresión, en las “categorías” de nuestra mente hay toda una serie de conceptos que usamos para expresar aspectos contrapuestos, como HISTORIA y LEYENDA; mito y realidad.

La leyenda y el mito aglutinan la fantasía, la imaginación, la ficción, como contrapuesto a lo real, lo histórico, lo empírico, o constatable y comprable, y así catalogamos y definimos diciendo esto es histórico, esto es leyenda; o bien, esto es mito, fábula, esto es real y verídico, llegando con este binomio a la reducción de afirmar esto es verdadero, y esto no lo es.

Con estos esquemas mentales propios de occidente, mundo y cultura al que pertenecemos y nos configura, nos encontramos una biografía rica y extensa, la vida de San Jorge, en la que aparecen estos dos elementos contrapuestos, dando comienzo con ello una larga historia jalonada a través del tiempo por defensores y detractores del Santo, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella, llegando incluso por mantener la pureza de la fe a defender a ultranza la historiografía del Santo o ponerla en duda, semicultivarlo,… O desde fuera, para desacreditarla, tenerlo como mito, fábula o leyenda. Así ha llegado hasta nuestros días.

La figura de San Jorge, mártir de la época del emperador Diocleciano, emerge en los primeros años del siglo IV, con una riqueza y una fuerza inusual, uniéndose al grupo de mártires pertenecientes a la milicia, como San Sebastián y San Mauricio. La devoción al Santo se extiende por toda Europa, rebasando los límites continentales y abarcando no solamente la Iglesia de occidente sino también la Iglesia oriental, con gran fuerza y raigambre. Y así lo encontramos en lugares, aldeas, pueblos, ciudades, regiones, naciones, capillas, Iglesias, catedrales, plazas y monumentos, órdenes militares, y una gran iconografía a nivel “oficial”, popular y familiar… San Jorge es un Santo de una dimensión universal. Es difícil aceptar un error colectivo de tal magnitud en el espacio y en el tiempo.

Indiscutiblemente el paso por la historia, siglo de hierro, Edad Media, la lucha por la defensa de la fe, los santos guerreros, las cruzadas, las culturas orientales, necesariamente lo han impregnado de toda una serie de aditamentos, no “históricos” ni “críticos”. Es el fruto y consecuencia de su paso por el tiempo, por las distintas épocas, y ser admirado y venerado por la fe de cada pueblo “desde su ser propio y su cultura”. Es el fruto del acercamiento del héroe, del Santo, al pueblo.

Otra dificultad “crítica” sería la presencia o ausencia de datos “históricos constatables y evaluables”. Sin entrar en este capítulo, que rebasaría los límites de un simple artículo, podríamos decir que evaluándolo todo con estos baremos o parámetros no hubieran existido la casi totalidad de los hombres en su peculiaridad y personalidad propia e individualizada, como seres “concretos” al haber desaparecido los datos históricos constatables. No es exacto el reducirlo todo a un sistema “concreto de verificación” y desde ahí formular afirmaciones.

Tampoco se puede reducir la fe de un pueblo a la sublimación de ritos ancestrales, a la asunción y reconversión de religiones naturales y primitivas, a la “cristianización” de ritos arcaicos.

Hay en cambio dos elementos importantísimos a tener en cuenta en este largo proceso y que habitualmente se omiten. Uno de valor cultural importantísimo: la “tradición” en su forma más pura. El haber llegado desde el inicio del siglo IV hasta nosotros, generación tras generación, con toda su grandeza es un elemento a tener en cuenta de primera magnitud. Y este pasar de unos a otros, ser "entregar", esta tradición, este paso por la historia, cultura y generaciones lo ha ido enriqueciendo con toda una serie de datos, hechos, lugares y elementos a tener muy en cuenta.

El segundo es religioso. La Iglesia distingue entre lo que se llama en términos teológicos el “sensus fidei” y el “consesus fidelium”. Es decir la vida y la fe de la Iglesia no queda reducida a las propuestas doctrinales, morales y teológicas, sino que una de sus fuentes “auténticas” es “el sentir de los fieles”, el "el sentido de los fieles". Es la Iglesia, el pueblo de Dios como tal el que también es depositario de la fe y vida de la Iglesia con su sentir. Y el pueblo ha tenido como Santo a este insigne Mártir de la Iglesia, San Jorge. Porque el saber y la verdad no son patrimonio exclusivo del sabio, el científico, o el maestro, hay también un saber popular arraigado en lo más profundo del pueblo, al que el sabio y el científico tienen que acercarse para aprender, expresar y proclamar.

No es quizá la vía más idónea el situar a San Jorge en la disyuntiva HISTORIA o LEYENDA sino en otra en apariencia muy semejante, pero radicalmente distinta: HISTORIA y LEYENDA.

Al principio hemos dicho que hay figuras que con toda propiedad son historia, realidad; otras mito, leyenda o fábula. Pero también es cierto y constatable que hay personajes reales y concretos que no pueden ser acotados por los límites de la historia, que por su misma magnitud rompen los moldes de lo histórico pasando a la leyenda. Así ha sucedió con las grandes figuras y personajes de los pueblos.

Es el pueblo el que rompiendo los límites de la historia eleva su personaje a la categoría de héroe, de mito, convirtiéndolo en leyenda.

Pienso pues que la vía de estudio de San Jorge Mártir, la realidad de nuestro patrón es la de un personaje que por su magnitud ha roto los moldes y las categorías de la historia para pasar a ocupar un puesto en el cuadro de los grandes héroes que transcendiendo la historia acceden a la categoría suprema del pueblo: la leyenda.

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