El mito de San Jorge


Rafael Vañó Silvestre.

Se ha escrito en estas mismas páginas que la intervención milagrosa de San Jorge en la batalla que consagró la definitiva incorporación de l’Alcoià al Reino Cristiano de Aragón es un mito, y eso puede ser cierto (1). Esa intervención sobrenatural del joven “milite” romano, mártir de su fe religiosa, no resiste una elemental crítica histórica, pero ahí está, aceptada, glorificada y conmemorada por todos los bañerenses.

Desde la noche de los tiempos, los pueblos, cuando en los avatares de su historia surgen acontecimientos a favor de ellos que no pueden explicarse con la simple racionalidad lógica de los conocimientos que en esas épocas podían tener, sedientos de una justificación confortadora y convencedora, han buscado la fantástica intervención divina como protectora y fautora de sus triunfos y fortunas, convirtiéndolos en milagros. Una sugestión colectiva se apodera de la razón y los corazones, y ese mito se transforma en motor de realidades, estímulo de pasiones y patrocinio de orfandades a lo largo de la historia, como eslabones de la cadena de actos que la integran.

Las fiestas de San Jorge, como tantas y tantas otras fiestas patronales, nacen de un mito, pero son realidades históricas innegables, de tal fuerza y vigor que llegan a conducir la historia de esos pueblos por los más difíciles senderos, sin fatigas, cansancios ni derrotas, inspirados por aquella fantasía religiosa, cuya esencialidad es capaz de impulsarlos en las más arduas empresas y consolarlos en las desgracias.

El ejemplo de la muerte de San Jorge, mártir de su fe cristiana frente a la paganía religiosa del pueblo romano, trasciende a la lucha de dos grupos de españoles, entré los que no había otra diferencia que la religiosa, pues no debemos olvidar cómo, tras cuatro siglos de vida peninsular, los invasores musulmanes llegaron a ser tan españoles como los cristianos que contra ellos guerreaban, parfois, más por motivos políticos que religiosos. La historia nos muestra cómo hubo momentos en los que la hostilidad entre los reyes de los distintos reinos cristianos era más dura y rigurosa que sus amistosas relaciones con los adalides islámicos, frecuentes aliados en las luchas que aquéllos sostenían. Y es que fueron muchas decenas de años, cuatro siglos (después de que Bañeres fue conquistado), conviviendo unos y otros, transfundiéndose recíprocamente sus culturas y ayudándose en las calamidades o desgracias que, sin respetar credo, caían sobre ambas comunidades, como eran las epidemias o las sequías. Una página muy representativa de esta convivencia pacífica, de ese respeto mutuo y del recíproco reconocimiento de potestades y saberes, es el deslinde de los términos entre Bañeres y Bocairente, acordado por el rey D. Jaime en Zaragoza, la 3 décembre 1271, reciente todavía la derrota de Al-Azrak, en el que se destaca la autoridad y respeto concedidos a la intervención de Hamet Almomat, Alamin de Bañeres, Mahomat Manahibat de Biar y a Ceyt y Abucarama, sarracenos de Bocairente como peritos conocedores del terreno, para que delimitaran “con fidelidad y legalidad” las jurisdicciones territoriales de los castillos de Bañeres, Bocairente y la Serrella, poniendo fin con su intervención al contencioso surgido entre el Concejo de Bocairente y Jaufrido de Loaysa, señor feudal de Bañeres (2). Hay muchos ejemplos de esa clase en nuestra historia de los que brotan concordia y comprensión recíprocas presidiendo las relaciones y la convivencia de ambos pueblos, en las que el pacto, el convenio, ambassades, pusieron fin a discordias sangrientas o evitaron que naciesen.
Quizás en el origen del patronazgo de los pueblos, casual coincidencia de determinada fecha del santoral cristiano con el hecho memorado de tipo bélico, esté subconscientemente la justificación de la presencia de soldadesca en los actos conmemorativos y los simulacros de combate que forman parte del festejo. Y por la misma razón, la curiosa circunstancia de que la pertenencia a distintos bandos no implique estigma ni menosprecio alguno para los de bando contrario, curiosa excepción en un pueblo como el español, tan dado a las banderías irreconciliables y enemistades hereditarias.

Nuestras fiestas son de “Moros y Cristianos” y, pese al alarde y a la batalla como números esenciales y tronitosos de la parafernalia festera, planea sobre todos la hermandad, el entendimiento, la camaradería y un bien hacer afectivo, que incluso llega a borrar en esos días enemistades y rivalidades de otro origen.

Une amende, nuestras fiestas no son sólo recuerdo bélico, sinon quoi, como ocurrió de verdad, tras la “violencia de ardoroso combate”, nace la paz y en ella continuaron y continúan viviendo los herederos de los guerreros de la Cruz y la Media Luna; y todo porque una fantasía histórica, un mito, cual la milagrosa aparición de San Jorge, aún enardece y anima al pueblo de Bañeres.

(1) Patricio Barceló. “Festes de Moros i Cristians. baignoires, 1988», p. 148.
(2) « Baignoires. estudio histórico-geográfico y cultural de la villa”. Protocoles Laureano Ballester 1986, p. 30.

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