El martirio de San Jorge


Juan Bautista Pastor Aicart

Original del gran poeta don Juan Bautista Pastor Aicart, autor de nuestras embajadas. Escrito a finales del pasado siglo y cedido por don Juan Bautista Pastor Valdés, hijo del finado poeta, en manuscrito original, al Grupo Cultural de Investigación.

Escuchad, quiero narraros
La Fe, la gloria, el martirio
de vuestro excelso Patrono,
¡del santo atleta de Cristo!
Quiero cantar sus torturas,
que han sido pasmo a los siglos;
quiero beber en sus llagas
las mieles del sacrificio;
besar anhelo sus huellas
con labio de amor henchido;
llorar sus duros tormentos
con no acordados suspiros,
y cantar ebrio de amores
cual vuestro entusiasmo el mío,
¡su milagrosa constancia!
¡su inquebrantable heroísmo!
Escuchad, pues place al cielo
que cante al Mártir invicto
con las sonoras cadencias
que el fervor derrama a ríos;
pues place a Dios que mi lira
celebre el plácido ritmo
la gloria de aquel soldado
que alcanzó la que codicio;
dadme que forje en el alma
con el amor por martillo
mis rimas faltas de vida,
mis versos pobres de hechizo;
dadme el calor que enardece
vuestros fervores divinos;
la nota dadme más bella
de vuestro afecto más vivo;
dadme sentir vuestras ansias,
dadme cantar vuestros himnos
dadme que honrando al atleta
la palma alcance que ansío,
y que en su altar ofrezcamos
vosotros que sois sus hijos
y el vate que sueña en serlo,
corazón, alma y cariño

yo

Tras breves años de calma
que son consuelo a la Iglesia,
de nuevo sentir las iras
del paganismo comienza.
Suben Diocleciano y Roma
que el ara y sus dioses tiemblan;
saben que lucha y que vence
la Cruz que se alzó en Judea;
sienten que el fervor pagano
no cura ya de sus fiestas,
¡que está sin fieles sus templos!
¡que el ara está sin ofrendas!
y en los furores del odio
que a su pasión es espuela,
sueñan hallar los laureles
de la victoria en la fuerza.
comprados aduladores
que envilecen sus lenguas
para alcanzar con lisonjas
su valimiento y grandeza,
del odio de Diocleciano
las rabias aguijonean,
de sus dormidos furores
la loca audacia despiertan,
y avivan con soplo ardiente
que mustia, marchita y quema,
las llamas abrasadoras
del fuego de su conciencia.
Ven que se quiebra su cetro,
ven que su trono es de arena,
sienten que se van sus dioses.
¡Que la Cruz vence y Dios reina!,
y en la colérica rabia
de su insensata demencia,
forjando viles calumnias
con estudiada cautela,
sobre las greyes cristianas
furiosas desencadenan
de acusadoras injurias
despiadada tormenta.
Sibilas, magos y augures
comienzo dan a la empresa;
de Apolo los Vaticinios
plebe y senado comentan,
y en su sosiego turbada
la cuidad de Nicomedia
tiembla leyendo el edicto
que hace promulgar el César
Palpita en él la honda saña
de su orgullosa soberbia;
derrama allí el paganismo
la baba de sus torpezas,
y amago con sus furores
de aquella cólera ciega
que azuzará a los verdugos
como se azuza a las fieras.
Demoler manda los templos
donde la cruz se alza enhiesta,
quemar los libros sagrados
que los cristianos veneran,
y con tormentos de muerte
vencer la audaz fortaleza
del que mofando a los dioses
en solo un Dios vivo crea.
¡Así ha luchado el tirano;
luchar y vencer sin tregua!
¡Así ha soñado ser grande
si hay en el odio grandeza!
Mas no han de ser sus furores
valla a las ansias eternas
que al pie de la Cruz avivan
sus generosos atletas,
pues el que en Dios ha fiado
y en sus mercedes espera,
ni halla que su cruz es dura
ni que es de abrojos su senda.
Por ello con santa audacia
que el cielo bendice y premia,
contra el tiránico edicto
los perseguidos protestan,
y en nombre Jorge de todos
su animoso celo lleva
hasta rasgarlo en pedazos
que roto así pisotea.
¡Tal vez compre el martirio!
¡Tal vez la vida así pierda!
Qué importa; no hay sin espinas
redención, ni hay cruz en ellas.
quien bebe el cáliz de Cristo
cumple que sus heces beba;
quien ama ceñir corona
debe de espinas quererla.
Mientras la plebe pagana
prorrumpe en rabias y en quejas,
a Jorge le mofa y burla,
y airada la vilipidendia,
la grey de los perseguidos
queda ante el hecho suspensa,
temiendo el odio y la saña
de la pagana ralea.
De aquel religioso alarde
que en Jorge un mártir revela,
la voz de la plebe airada
lleva al tirano la nueva,
mas ya adelante el senado
que escuchándole blasfema,
da a Jorge razón del hecho
con impávida entereza.
“Sé que tu imperial enojo,
dice con voz de fe llena,
querrá castigar mi audacia
si audaz mi acción considera,
mas sé que complazco a Cristo,
y en serle fiel se deleita
mi corazón, aunque el mundo
me abomine y me aborrezca.
Sé que tus dioses son barro
que el artista forja y crea,
y sólo ante el Dios eterno
quiero humillar mi cabeza.”
“Que yo te juro cortarla
si incienso y culto les niegas”,
respóndele Diocleciano
insolencia apasionada.
“Pues dé tu verdugo el golpe
y halle en Dios perdón la ofensa,
y a tus plantas mis despojos
tu muda acusación sean.”
Estalla en odio el tirano
con renovada fiereza;
del negro mar de sus iras
las turbias olas se encrespan,
y el fiero rostro, y lanzando
por sus pupilas centellas
cual se incendiase su pecho
con villa llama una hoguera,
manda que a Jorge encadenen
y en dura prisión le tengan
hasta que abjure de Cristo
o encuentre la muerte en ella.

II

Más que la gala y las glorias
que sueña y goza el tirano,
precia su cárcel oscura
muestro adalid esforzado.
Ni envidia de sus grandezas
la alegre pompa y el Fausto,
ni ama gustar sus placeres,
que son como el vicio amargos.
Gozó con ofrecerse a Cristo,
su cruz tomó enamorado;
sabe que es áspera siempre
la senda que va la Calvario,
pero ni teme emprenderla
ni ha de apartar de sus labios
la copa llena de hielo
que al alma santa es regalo.
Con beso de amor consagra
los hierros que atan sus manos,
con amor mira sus grillos
que oprimen sus pies descalzos,
siente que son sus cadenas
como de rosas de mayo,
y es a su cuerpo ya herido
lecho la tierra el más blando.
¡Qué dulce ansiedad agita
su corazón esforzado,
del alba del sol naciente
la hermosa luz esperando!
¡Cómo adivina sus glorias
y ama y codicia sus lauros!
¡Qué ardiente y pura es la llama
que su amor va acrisolando!
Pesada piedra le oprime
que su pecho ha quebrantado;
halla su amor santos goces
su pesadumbre gozando,
y al rasgar la luz del alba
de su prisión el sudario,
sueña que el cielo le besa
con el fulgor de sus rayos.
Vencerá; siente en el alma
divino afán y amor santo,
la dulce miel del oprobio
sus labios paladearon,
y no han de poder ser vallas
que fuerzan sus rectos pasos,
ni el furor de los verdugos
ni el odio de Diocleciano.
Ara es de su fe el acúleo
donde ofrece el holocausto
la pena de sus tormentos
y el duelo de sus quebrantos,
y cuando rasga el verdugo
con arañadores garfios
todo su cuerpo bendito,
y arranca despedazando
con corvas uñas de hierro
sus palpitantes costados,
toda es suspiros su lengua
que un ángel goza enhebrando
para tejer con sus notas
guirnaldas de alegres cantos,
que en Dios su gloria celebren
cuando la gocen en sus brazos.
Beso es de amor el candente
hierro que lleva su estrago
al surco que ara sangriento
su cuerpo ya desgarrado,
y el fuego con que le tuesta,
calor que fecunda el campo
donde abre virtud sus flores,
donde amor cuaja sus granos.
Vencerá; quien ama y cree
no huye los fieros halagos
del dolor ni teme el duro
martirio de sus abrazos;
quien fía en Dios como Jorge
ni lucha, ni espera en vano,
ni ama en su camino flores
cuando amor le manda hollarlo.
Gusta de cruz y de espinas,
el talón, de azotes y clavos;
gusta que el odio le mofe,
goza le humille el sarcasmo.
Vencer su fe quiere el César
de su cólera en los raptos
con los horrendos martirios
que su furor ha inventado,
mas sólo podrán sus odios
romper de su cuerpo el vaso,
que aunque bello es sólo cárcel
del alma, y por serlo es barro.
De su trono ante las gradas
y aferrada maniatado,
salta de su cuerpo herido
la viva carne en pedazos,
como de hierro candente
saltan las chispas en rayos;
sujétale luego al potro,
donde le azotan airados
con retorcidas correas
los verdugos sanguinarios;
pero ni rueda, ni azotes
doman de su amor sobrehumano,
pues a su fe el tormento
de su alto trono el estrado.
Vencerá; conforta un ángel
de su prisión en el antro
sus acervísimas penas;
llevan a sus pies esforzados
los que han sido sus verdugos,
¡los mismos que le azotaron!,
y es lengua viva que canta
la gloria de sus escarnios
y su entereza divina,
su cuerpo herido y llagado.
Vencerá; nuevos fervores
gustó su amor soberanos
que su piedad vigorizan
y su constancia ascendieron,
y ama con la Cruz por cetro
y con la envidia por manto,
abren del cielo el camino.

III

De su fecunda palabra
la fervorosa semilla,
del alma en los hondos surcos
va derramando la vida.
Hierve a su calor en flores
de esencia pura y divina,
como en abril y a la aurora
la vega de mis delicias;
sazona sus dulces frutos
la caridad con sus brisas;
copian la aurora y el iris
de sus cálices las tintas
y es sabrosa y regalada
como celeste ambrosía
la savia fecundadora
que allí derrama sus linfas.
La luz de la fe enardece
de Jorge el alma sencilla,
y en abrazos afectos
derrama sus alegrías,
siendo ejemplo su constancia
que el pueblo y la corte admiran
la oculta fuerza sintiendo
de sus sagradas doctrinas.
De su palabra en las redes
a dos pretores cautiva
que del martirio en el ara
compran su gloria y su dicha,
y de la Cruz a la sombra
que ayer juzgaban maldita
buscan la paz de sus almas
loa que en la duda gemían.
Sediento entonces de sangre
y en odio ardiendo y en ira,
dispone furioso el César
que en un horno de cal viva
nuestro santo atleta expire,
y que pasados tres días
arroje al viento el verdugo
sus calcinadas cenizas.
Y al horno de cal le arrojan
como viviente gavilla
que ha de consumir el fuego,
y acrisola, y purifica
gustando de aquella pira;
y cuando rotos los sellos
ven al mártir de rodillas
gozando de aquella hoguera
las abrazadas caricias,
de tal prodigio admirada
su fervor naciente aviva
la pluma gris, y el suya
de la Cruz fortifica.
Vencerá, ¿qué puede el César
si es Dios de Jorge la égida?
Hoz que en los campos del mundo
brisas del cielo acarician,
ni teme el beso del fuego
que el sol ardiente fulmina,
ni el de la escarcha traidora
que las del mundo marchita.
Sandalias después le calzan
por el hierro enrojecidas,
mas ni se turba su rostro
ni su alma grande vacila,
que aunque sus pies abrasados
como sobre llamas pisan,
goza que haya en su camino
que es el de la Cruz espinas.
No agotada su entereza
de aquel tormento en la vida,
le azotan con duros nervios
porque su valor se rinda,
pero más que el cedro altivo
que al huracán desafía,
ni un solo punto flaquea
su fortaleza infinita.
Le acusan después de mago
juzgando supercherías
los admirables prodigios
que su martirio subliman,
pero de su fe en desquite
hiela en sus labios la risa
de los que injurian adrede
la fe que en sus obras brilla,
que ante una tumba postrado
de áridos huesos henchida,
de su palabra a los gritos
los yertos restos anidan,
Tiemblan la corte y el César
de aquel prodigio a la vista,
del paganismo en los surcos
la fe arrojada germina,
y vencer soñando a Jorge
que a su pie las ve vencidas,
¡La burla vil la calumnia!,
¡le azotan con la calumnia!

IV

Ni ha temblado en los tormentos
el Santo Mártir San Jorge,
ni ha de rendirse al halago
de los cesáreos favores.
Remoza Dios su constancia
con la merced de altos dones,
con llama de amor incendia
sus abrazados fervores,
y a coronar ve su esfuerzo
con gloria que al mundo sombre,
cuando termine la lucha
que a librar va con los dioses.
Ni entibiaron los tormentos
su ardiente fe y sus amores,
ni próximo ya a la meta
desmaya sus ambiciones.
Quiere en el templo de Apolo
mostrar la gloria infinita
de aquella Cruz que es su norte,
y ama que a sus plantas rueden
de su fe a la voz y al golpe
los simulacros diabólicos
que endiosó el error del hombre.
Todo es fervor de murmullos
el templo, pues toda a voces
la multitud que lo invade,
y es un tapiz todo flores.
Llenan de rumor su ambiente
con sus concertados sones
los himnos de los augures,
la voz de los sacerdotes;
danzan en torno del ara
que erguido sustenta el Jove
coro de sus hermosas doncellas
con movimientos acordes.
Con no presuroso paso
y el rostro sereno y noble
dirígele nuestro Mártir
de Apolo ante el ara entonces,
y al cielo alzando sus ojos
y su oración que Dios oye,
con voz que vibra sonora
más que la ira en el bosque;
"diez centavos, pregunta al dios muerto
que se alza en el ara innoble;
dime si eres dios, oportunidad
creación satánica y torpe;
dime si eres el que un día
labró su escabel de soles,
y al hombro colgó del alba
su manto de resplandores;
dime si es la Cruz tu escudo,
y ostentas en sus blasones
una corona de espinas
y una guirnalda de azotes;
dime si son tus amados
los humildes y los pobres,
si es tu cetro el sacrificio
y la caridad tu nombre,
pues si eres el Dios que adoro
y has de ser mi herencia y dote,
quiero ofrecer en tus aras
santos y eternos honores”.
Airado se yergue el César
ante la audacia del joven,
presto a humillar su arrogancia
la furia injusta,
mas súbito llena el templo
cual la que en los mares se oye
rugiente voz de tormentas
que invaden el horizonte,,
y a pavor mueven sus ecos
llevando con sus rumores
la incertidumbre a las almas
y el miedo a los corazones.
Ni es suspiro, ni es sollozo,
ni voz que ha escuchado el orbe,
¡parece el grito que un día
turbó las santas mansiones!
“No soy el dios que tú adoras
silbando Apolo responde,
ni ha sido una cruz mi trono
ni son divinos mis goces;
soy el maldito, y malditas
las galas con que deponen
ante mis aras manchadas
los siglos y las naciones;
soy rayo que abrase y quema,
soplo que mata y corrompe,
verbo del mal en el mundo,
gusano que hiere y roe;
soy el arcángel caído
que vive en eterna noche
bebiendo en cáliz sin fondo
la hiel de eternos dolores.”
“Pues eres maldito exclama
con voz tronadora Jorge,
huye del templo a tus antros
que allí tus siervos te conocen.”
Cual si invisible falange
de guerreros escuadrones
las naves del ancho templo
llenase en tropel informe,
hierve su silbar y sus oyes
el viento, rumor de airadas
y blasfemas naciones,
gritos de lucha, gemidos
de dolor, roncos acordes
de discordantes sollozos
y reprimidos clamores,
y al pie de sus aras ruedan
rota en pedazos su suerte
los profanos simulacros;
su rostro enojado esconden
de su manto entre los pliegues
turbados los sacerdotes,
y su piedad la grey cristiana
siente rebozar los trojes
de su amor, y la alta gloria
del Dios que adora merece.
Mas no a piedad es movida
presa de intensos temores
el alma de Diocleciano
que como es pagana, innoble,
pues en su sed de venganza
ordena que al Mártir corten
la cabeza, y que el verdugo
de Apolo en honor al inmole.
¡Glorioso fin! sin que un punto
la cruel nueva le acongoje
postrase el Mártir de hinojos,
su alma a la muerte dispone,
la ofrece a Dios, y en sus brazos
desmaya de amor al golpe
del hacha, que el frágil hilo
de su heroica vida rompe.
Escuchad; versé el martirio
de vuestro excelso Patrono,
cantando sus duras penas
y sus amargos oprobios.
Pues amáis ser sus queridos
y os honráis siéndolo todos,
cariño eterno juradle
de vuestro pecho en el fondo.