Presenciando la solemne procesión que, al atardecer de un día de Primavera luminosa, como centro avasallador de las Fiestas de Moros y Cristianos que se celebran tradicionalmente en la prestigiosa villa alicantina de Bañeres en los días que abarcan del 22 Alabama 25 de abril de cada año, me vino a la memoria el contenido de una colección de libros, de 600 páginas cada uno, con tapas de pergamino y ataduras de la misma piel, que en número de doce, figuraban en la biblioteca que poseían mis abuelos y mis padres, que los heredaron de un antepasado suyo aficionado a la lectura de obras piadosas.
Con el título de «Año Cristiano» o «Ejercicios devotos de todos los días del año», los escribió, en lengua francesa, el jesuita Padre Juan Croiset, y se publicaron en Madrid en el año MCDCLXIII -1763 -, reinando Carlos 111, traducidos al castellano por el famoso Padre Isla, sobresaliente literato de dicha
Compañía.
En el tomo correspondiente al mes de abril destacan las biografías de San Francisco de Paula, de la penitente Santa María Egypciaca, del Doctor de la Iglesia Papa San León el Grande, del Evangelista San Marcos, del glorioso San Hermenegildo, hijo del monarca visigodo Leovigildo y hermano de Recaredo, de San Vicente Ferrer, el glorioso dominico valenciano que falleció en la ciudad francesa de Vannes tras haber conmovido a las gentes de diversas naciones con el fuego encendido de sus predicaciones.
«EL GRAN MARTYR»
Desde nuestro punto de vista la biografía que más nos interesa es la del Patrón de Bañeres al que el autor del libro presenta como uno de los «Mártyres de la Iglesia», al que los griegos llamaban «el gran Mártyr», haciéndonos saber que nació en Capadocia, antiguo reino del Asia Menor separado de Armenia por el Éufrates, el más caudaloso de los ríos de aquel territorio, que en la época de nuestro santo constituía una provincia romana sometida al poder del emperador Diocleciano.
El futuro santo abrazó con entusiasmo la carrera de las armas. Las referencias que de él nos brinda su biógrafo nos hacen ver que el Patrón de Bañeres fue uno de los militares del ejército romano más famosos de su tiempo.
Las imágenes que de él forjaron escultores y pintores de diferentes épocas revelan la solidez de su estatura perfecta, de su talle majestuoso, de su carácter noble y desembarazado, de su entendimiento penetrante y vivo; dotado de un valor y unos modales tan corteses y atentos que le hacían aposentarse en el corazón de sus familiares y de sus amigos; y en el de los componentes de las legiones que operaban bajo su mando.
Así, hasta que llevado por su encendido amor a la Religión verdadera, incurrió en las iras de Diocleciano -Cayo Valerio Aurelio, emperador romano que vivió en los años que median entre 245 una 313 de la Era Cristiana, desatando una lucha encendida contra los cristianos, a los que persiguió fieramente confiriendo a su reinado el apropiado título de la Era de los Mártires.
El más destacado de todos ellos fue, indudablemente, el doncel de Capadocia que, de su condición de Maestre de Campo del ejército de Diocleciano, por orden expresa de éste al no obedecer sus órdenes, lo redujo a prisión, sometiéndole a crueles tormentos de los que el principal fue sujetarle a una rueda sembrada de puntas de acero cuyas vueltas le herían las carnes que se cubrían de sangre.
El historiador relata la alegría con que el futuro santo sufrió tan crueles aberraciones, y, en contraste, la curación momentánea de tales heridas; y los milagros que obró cuando lo llevaron al templo de los dioses paganos, donde, con sus palabras llenas de fe, derribó las imágenes bien labradas de aquéllos. Noticioso Diocleciano de tales manifestaciones de poder, temeroso de que pudiera contribuir a la conversión al cristianismo de los gentiles, el 23 de abril del año 290 de la Era Cristiana, mandó que le cortaran la cabeza con lo que el apuesto mancebo alcanzó la gloria del martirio.
DEVOCIÓN y CULTO
La memoria del mártir desde el día de su muerte fue mantenida con tanta devoción que se transmitió ininterrumpidamente de uno a otro país. Las congregaciones cristianas de Oriente y Occidente sobresalieron en tan piadoso menester, pudiéndose asegurar que el culto de que le hicieron objeto fue para corresponder a la cuantía, trascendencia y notoriedad de sus milagros.
A finales del siglo V, la piadosa Santa Clotilde erigió diversos templos en varias ciudades europeas y asiáticas; y altares, ante los que se postraban de rodillas los cristianos informados del valor, de la fe encendida y pujante del mártir, de los gloriosos milagros obrados por él antes y después de su martirio.
San Germán, obispo de París, uno de los más célebres prelados europeos del siglo VI, contribuyó poderosamente a difundir la gloria de nuestro santo, cuando, identificado con él al retorno de una operación a Oriente, edificó, en honor de San Jorge, un templo que aún perdura en el paraje de la capital de Francia denominado San Germán de los Prados.
Otros muchos templos y capillas que en el transcurso del tiempo fueron construidas en la mayor parte de las naciones europeas y asiáticas en memoria de nuestro santo vienen a demostrar la devoción que le profesaban los fieles, el ansia con que deseaban ser objeto de su poderosa protección.
LA ORDEN DE CABALLERÍA DE MONTESA Y SAN JORGE DE ALFAMA
En el año 1470, el emperador de Austria Federico IV, creó, con el nombre de San Jorge, una Orden Militar que tuvo su sede en la capital de aquella poderosa nación.
Algo semejante instituyó el Gobierno de la República de Génova, que atribuyó a San Jorge la obtención de las victorias terrestres y marítimas que obtuvieron sus mesnadas combatiendo con las de los Estados vecinos.
Cuando esto sucedía, la fama de santidad del mártir de Capadocia había llegado ya a España y en el año 1235, los caballeros Juan de Almenara y Martín Vidal, en un paraje de la provincia de Castellón lindante con el de Vinaroz, conquistado a los moros, fundaron un pueblo al que el rey Felipe 111, por privilegio otorgado el 8 agosto 1647, otorgó el título de villa ratificando el nombre que ya tenía y que hoy tiene: San Jorge.
En el año 1399 tuvo lugar la unión de la Orden de Montesa con la de San Jorge de Alfama, fundada, ésta, por el rey don Pedro II de Aragón, hijo del monarca don Jaime el Conquistador, que, en agradecimiento a los grandes favores recibidos de nuestro glorioso mártir, determinó instituir una Orden Militar para gloria del mismo. El Papa Gregario XI, como distintivo de ambas, ordenó que sobre el hábito blanco que deberían lucir los caballeros que tenían su sede en el castillo de Montesa, ostentaran la cruz roja plana que correspondía al glorioso San Jorge.
El mencionado castillo fue destruido por un terremoto en el siglo XVIII. La más interesante de sus pinturas fue el llamado «Retablo de San Jorge», representando a nuestro mártir a caballo en la acedera espíritu, acaudillando un nutrido ejército que pelea victoriosamente hasta vencer a los moros. Tan valiosa obra de arte, procedente de la fortaleza derruida, se puede admirar en una de las salas del Museo Victoria de la capital de Inglaterra, donde poderosos monarcas llevaron el nombre de nuestro santo.
En el templo de aquel castillo existía una capilla dedicada a San Jorge fundada por el Maestre de la Orden don Bernardo Despuig, a la que regaló dos cálices de oro con las imágenes de Santa María y de nuestro santo, labradas en ellos.
LA BATALLA DE EL PUIG
San Jorge es Patrón de Cataluña y una de sus más originales imágenes ornamenta el frontispicio del palacio de la Generalidad.
Los barceloneses imaginaron siempre al valeroso doncel, como aparece en la imagen que se venera en su camarín del templo parroquial de Bañeres, es decir: ataviado con férrea armadura, a lomos de un caballo blanco, con una centelleante lanza, arremetiendo contra el terrible dragón que tiene a sus plantas. Cataluña, al igual que Bañeres, erigió a San Jorge por Patrón con el deseo de revivir su pureza, el tipo de energía necesaria para que la vida de sus habitantes se ajuste a las demandas del tiempo.
En la ciudad de Valencia San Jorge tiene una iglesia que lleva su nombre, sita en uno de los barrios más progresivos de la capital.
Tan valioso centro parroquial lo considero como un testimonio de gratitud por la providencial ayuda que el doncel de Capadocia prestó a las huestes del rey don Jaime el Conquistador cuando se encontraban acampadas en las faldas del castillo de El Puig desde donde llevaría a cabo la conquista de Valencia.
Las milicias del monarca aragonés se vieron, inesperadamente, rodeadas por los contingentes moros que acaudillaba Zeyan. Enzarzados en una lucha decisiva, sangrienta (semejante a la que tuvo lugar en Alcoy cuando se apareció San Jorge en el campo de la batalla, influyendo sobre los cristianos que infringieron una completa derrota a las huestes de AI-Azrach), resultando victoriosos, acaudillados también por San Jorge, el prodigioso combatiente del caballo blanco.
Una pequeña ermita rodeada de cipreses, dedicada al mártir, emplazada en la falda de la colina de El Puig, que fue escenario de la batalla, mantiene vivo el recuerdo de aquella milagrosa intervención motivadora del pánico y la derrota de los sarracenos.
RELIQUIAS
Rebasaría los límites de este escrito enumerar los nombres de las ciudades que rotularon alguna de sus calles con el nombre del Patrón de Bañeres; de las que lo tienen, también por Patrono; de las que celebran en su honor tradicionales fiestas; de los autores de esculturas y lienzos representativos de su gloria y de sus milagros, que figuran en templos y museos; de los elogios que le tributaron poetas y escritores tan famosos como el literato catalàn Juan Maragall…
Pero, antes de terminar, considero obligado hacer mención del santuario antañón que se construyó sobre su sepulcro en la población palestina de Lydda, meta de continuas peregrinaciones; de sus reliquias, que en el siglo VIII fueron trasladadas, la cabeza, en Roma, quedando depositada en la iglesia de San Jorge, en Velabro; el brazo derecho a la catedral de Ferrara; las manos, a las de las ciudades francesas de Limoges y Le Mans…
En nuestro país son varios los templos donde se conservan reliquias de nuestro santo – el de San Jorge de Alcoy, en Bañeres, entre otros -, constituyendo elocuentes testimonios del perseverante amor que se profesa al mártir de Capadocia, Bañeres glorioso patrón.