La nostra festa


Ricardo Diaz de Rábago

En todos los pueblos y culturas hay un elemento que actúa de purificador de todo lo que constituye la auténtica vida de una comunidad humana: el tiempo. Sólo él, como crisol purificador, deja pasar a la posteridad aquello que es portador e auténticos valores, dejando en el olvido todas las manifestaciones de la vida carentes de contenido, efímeras y pasajeras.

Una de las manifestaciones de la vida de la comunidad humana que ha sobrevivido a través de esta prueba del tiempo, y que perdura con toda su pujanza y que es vivida con intensidad por todo un pueblo es nuestra Fiesta. Signo inequívoco de que es portadora de todo un culmen de auténticos valores humanos.

El conservar hoy nuestra Fiesta contrasta fuertemente con otros grupos humanos. Es una realidad que, en nuestra Cultura, la Fiesta ha decaído y ha sido reemplazada por la diversión. Con ello hemos dado muerte a una de las formas más ricas del genuino vivir humano. En nuestro mundo comercializado se compra la diversión, se espera que otro, pagado con nuestro dinero, nos divierta; compramos la Fiesta como un producto. Nosotros sólo somos espectadores y todo espectador se queda fuera del espíritu de la Fiesta.

En cualquier espectáculo festivo es estar juntos, la común presencia no es “comunión”; público no significa Comunidad, Aunque el espectador goce y esté alegre no se le permite compartir su alegría. La Fiesta comprada se convierte en algo defraudante y deja un resabio de decepción.

Paralelo a la decadencia de la Fiesta es el bajón del índice de jovialidad general, que se traduce en falta de cortesía y sobra de impaciencia. El malhumor se hace plaga, hay un gran déficit de sonrisa y alegría. Aumenta la angustia y la inquietud. Falta cada vez más la comunicación directa persona a persona.

Obstáculo insuperable para la auténtica Fiesta es el trabajo alienante y destructor, que no es propiamente trabajo sino más bien un pseudo-trabajo, cuya desembocadura es una pseudo-fiesta. El hombre saturado de alienación e incapaz de superarla, busca una distracción, un olvido, una diversión. Por eso en nuestra época, plagada de trabajo alienante, muere la Fiesta y triunfa el pasatiempo y el espectáculo. El hombre ante un trabajo alienante y servil, un trabajo sin creación que no estimula ni desarrolla sus cualidades, un trabajo totalitario que tiene la producción como finalidad, busca en la pseudo-fiesta un aturdimiento para olvidar una existencia huera, para esquivar el hastío. A lo máximo llega a considerar la Fiesta como un mero descanso que restaura las fuerzas para el trabajo, convirtiendo así la Fiesta en una actividad utilitaria y subalterna, perdiendo toda su genuina autenticidad y cegando toda una fuente de creatividad, alegría y felicidad.

La auténtica Fiesta es una afirmación de la vida, un juicio favorable sobre nuestra existencia y la del mundo entero. El celebrar una Fiesta supone que la vida tiene un sentido. Si nada vale la pena es absurdo estar alegre. A la Fiesta hay que llevar la alegría de la vida. Si ésta es triste, desolada, apática, no hay Fiesta posible. La Fiesta es un volcar al exterior nuestra vivencia positiva de la vida. La Fiesta expresa una solidaridad con el mundo, se adhiere al “vio Dios que era bueno cuanto había hecho” que nos narra el relato de la Creación.

El hombre en Fiesta no ignora el mal, pero sostiene que todo es radicalmente bueno. No se desentiende del dolor de la vida, pero afirma la fuerte alegría que lo integra y supera. La Fiesta es todo un canto a la Esperanza.

La Fiesta es una respuesta del hombre a Dios, que actúa y anuncia una esperanza en la tierra. Y por ello, el Hombre exclama: “¡Aclama al Señor la tierra entera; gritad, vitoread, tocad! ¡Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos! ¡Cantad al Señor porque ha hecho maravillas!” (Shall. 98).

La Fiesta es el reino e la creatividad, de la libertad y de la Alegría, valores genuinamente humanos, regalos de Dios al hombre, dones que equiparan al hombre con Dios.

En nuestro tiempo, el pasado inspira miedo y desconfianza. Muchas veces el pasado se siente como traba para caminar, como obstáculo para el presente. Pero al mismo tiempo el pasado es un álbum de recuerdos queridos, un estuche de joyas insustituibles. No podemos arrinconar un pasado pero tampoco amarlo sin condiciones. El pasado vale en tanto causa un efecto bueno en el presente. Y es precisamente la Fiesta el alambique del pasado que únicamente deja pasar al presente los frutos saludables. La Fiesta no conoce prejuicios sino frutos. No alaba los hechos, a menos que hayan contribuido a la salud palpable del presente. La Fiesta es un puente necesario entre pasado y futuro y con ello el anhelo confiado del futuro.

La Fiesta no puede ser individualista, sino que exige y fomenta el calor humano. Necesita de un ambiente comunitario. La Fiesta crea el grupo humano, necesita de los demás para soñar y gozar con ellos.

Prendiamoci cura della nostra Festa.

Amiamo la nostra festa.

Stimiamo la nostra Festa.

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