La fête au cimetière


José L. Mansanet Ribes

Paradójico, Fiesta y cementerio. Confieso que extraña al profano. Quizás las dos palabras suenan a antítesis una de la otra. El jolgorio, la alegría, el color de la Fiesta a primera vista no se avienen con el silencio, reposo, lágrimas y luto del camposanto. No tiene sentido.

Quizá el festero de otras poblaciones no le extrañe tanto. Hemos oído en muchos pueblos que alguien, y hace años que eso ya no se oye, ha sido amortajado con el traje de festero, como en un afán faraónico de llevar a ultratumba aquello que le ilusionaba en vida. Si se medita en eso, la relación Fiesta-Cementerio parece ya más humana.

La visita anual de Bañeres al cementerio el día 25 de abril tiene un sentido más profundo. Es toda la población, sus autoridades, su Fiesta, sus festeros, los que se dan cita en el cementerio. En un peregrinaje desde el Morer, los moros y cristianos inician su marcha entre salvas de arcabucería, músicas y alegría para irrumpir en el cementerio con su algarabía, donde los cipreses estupefactos, aterrados, se quedan hieráticos difuminados entre nubes de pólvora.

Allí se va a un acto ritual, la misa en sufragio de los difuntos. Misa que se celebra en lo temprano de la mañana – temprano para un festero que ya lleva cuatro días de brega- y sobre la mesa del altar, al aire libre, el monumento al festero. Un monumento de piedra labrada que lleva esta escueta dedicatoria, “Al Fester”.

Quizás no se haya meditado bastante en la grandeza de ese simple monumento, en el lugar de su emplazamiento y su significado, en la grandeza de su dedicatoria “Al Fester”, que allí iguala a todos aún más que la propia muerte, adquiriendo sus destinatarios caracteres de leyenda.

La visita de la Fiesta al cementerio decía que tiene un sentido más profundo, entiendo que en la sublimación de la comunidad humana de Bañeres. El acto va más allá de un emotivo homenaje a los mayores entre lágrimas, músicas y arcabuzazos. Es una comunión en el ideal de la Fiesta, entre el pasado allí enterrado, el presente que dispara sus salvas de arcabuces entre los cipreses que apuntan a Dios, y el futuro esperanzador de la chiquillería festera, que algún día será presente y pasado en ese mismo lugar, en un círculo sin fin, al que ampara el monumento “Al Fester”.

La hermandad festera llega más allá de la muerte. La Fiesta en Bañeres no sólo aglutina y da sentido de comunidad al presente humano, tiene su engarce con el pasado, con aquellos que engendraron la Fiesta y la comunidad actual, y a quienes se evoca el 25 d'avril, asegurando con esa tradición la continuidad de la comunidad festera.

Pero lo curioso es que en la misma mañana, el pasado humano de la Fiesta tiene su engarce inmediato con el futuro. Après la messe, el peregrinaje de la arcabucería continúa hasta la ermita del Santísimo Cristo para el acto de imponer las bandas a los Capitanes del año siguiente en una constante renovación festera, que culmina seguidamente en conversión del moro al cristianismo es el rito final de la Fiesta.

Acostumbrados a ver sólo “entradas” de moros y cristianos, y alguna procesión – lo que podríamos llamar el denominador común de todas las poblaciones- no se reflexiona bastante sobre los actos peculiares, aquellos que han sido creados por los pueblos con solera festera, y que son los que le dan tono especial a su Fiesta.

Para los que no ven en la Fiesta más que puros y copas, color y movimiento, música y pólvora, por decirlo con palabras suaves, sería conveniente que descubrieran los actos específicos, de esta forma quizás pudieran percibir el alma de la Fiesta aquellos que no ven más allá de su cuerpo.

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