A aparência nº 13


Ricardo Rodríguez

Todas las ciudades y pueblos tienes sus fiestas mayores, que, en ocasiones, no coinciden con el día del Santo Patrón, bajo cuya advocación están; pondremos de ejemplo, el caso de Valencia, cuyo patrón es San Vicente Mártir, y es cierto que las fiestas de mayor importancia, fama y popularidad son las fallas. Pero en ocasiones sí coinciden y las solemnidades y actos festeros tradicionales se celebran, no tienen más remedio que celebrarse, en la estación climatológica que corresponde. Y así hay pueblos que celebran sus desfiles festeros disfrutando, ao mesmo tempo, de una espléndida nevada, o por el contrario, en otros, las huestes moras desalojan del castillo a los cristianos en pleno mes de agosto, a mediodía y disfrutando de una temperatura ambiente de treinta y tantos grados; y gracias que no sople el viento de poniente

sim, ya sé que la tradición es la que manda y lo que vale es la participación, y que nadie debe poner ningún reparo a que se solemnice en el mes de febrero o agosto, el día que por el santoral corresponda. Pero San Jorge, el mes de abril, la primavera

A más de ochocientos metros de altura, recostada sobre las laderas de la Mariola, a la sombra de la imponente masa gris del Tossal del Águila, que en su altura parece acariciar las blancas nubes, que sobre tu transparente cielo cruzan desde Levante, la villa de Bañeres sobre el altozano que señorea el castillo, muestra su escueta silueta y su definido perfil, recortado por el azul intenso que refleja el mar ya no muy lejano. Y los pinos, chopos y carrascas del Cabés Redó, la Barsella y la Blasca, enmarcan de verdes nuevos, el ámbito circundante y dan su sencillo aroma al aire; y los frutales ya germinados, y las florecillas silvestres, y el latir de una nueva vida que se presiente generosa, rodea a esta real, fiel y leal villa, que en plena primavera –pero primavera de la buena, la que, a más de ochocientos metros de altura, sin humedades y calores prematuros, se muestra suave y delicada- se apresta a festejar a su Santo Patrón, conmemorando en su honor, los episodios de la Reconquista.

Quizás uno de los más eficaces colaboradores de la fiesta –como dicen los comentaristas de fútbol- sea la Comparsa núm. 13, la primavera. La más puntual, eficaz y agradable: crea el ambiente propicio que predispone a la alegría; aún están cerca los rigores del invierno y por ello las primeras mañanas soleadas y templadas son un regalo y una delicia que hace más gozosa la diana; la noche de viento frío apenas se ha ido para dejar paso a la noche de la retreta, tan amable y risueña, con la simpática confusión de festers y espectadoras ávidas en recoger el dulce y acaramelado obsequio, y de celebrar con risas la ocurrencia, el piropo y la gentileza, que el buen humor del fester tiene para todas.

Y la solemne procesión. En la tranquila noche, cuando pasan por la carretera las lucecitas de los cirios –luz cándida y temblorosa-, forman dos líneas que marcan el camino que ha de recorrer San Jorge, y parece que en el inmenso cielo las brillantes estrellas son como un reflejo de los corazones de todo un pueblo que rinde homenaje de cariño y tradición al Santo de su devoción.

Y otra vez la Comparsa núm. 13 está presente en el Barranc Fondo cuando se inicia el combate, mostrando su risueño semblante en los campos y árboles ya brotados y con promesa de abundante cosecha; y los guerreros, al bailar las banderas, respiran el fino aire de la tierra y el sutil aroma que la primavera ha creado para colaborar con la fiesta, haciéndola más amable, fácil y acogedora; y si alguna vez, por fortuna, llueve un poco –en abril cada gota vale mil-, el fenómeno es una nueva ofrenda que la incondicional y adicta Comparsa ha creado para hacer más hermoso, si cabe, el ambiente que envuelve el festejo, y nace una atmósfera más transparente y diáfana que aproxima y acerca, increíblemente, las lejanas cimas de los montes circundantes.

Y cuando en el cementerio se cumple el rito sencillo y sentimental del recuerdo a los ausentes, cuando la contenida emoción se desborda en el estruendo de la arcabucería, cuando humillados, rodilla en tierra, los hijos, irmãos, amigos y deudos añoran al que se fue para siempre, la riente y gozosa primavera, siempre presente, contribuye a tan emotivo acto con su esplendor y sus verdes recientes, ofrendando la mejor de sus sonrisas al vestir sus más bellas galas, para suavizar y atenuar la pena por la muerte de los seres queridos.

La Comparsa núm. 13 ha colaborado puntual y fielmente en todos los actos de la fiesta, contribuyendo a su esplendor y brillantez; ya es un recuerdo grato el fastuoso desfile, color y sonido, majeza y rumbo, ingenio y arte de la “entrà”; y la solemne procesión plena de unción y fervor; también el castillo fue tomado y vuelto a perder tras los combates que hicieron innecesarios los parlamentos y embajadas; pero guarda siempre la sorpresa de su mejor colaboración para el último día, como si agradeciera que todos, festers y pueblo, como una gran familia unida, celebraran en su honor y en el natural escenario del campo, alrededor de la ermita al Santísimo Cristo –alta y esbelta, un auténtico almuerzo campestre, sencillo y de hermandad, alrededor de un almendro, en cualquier bancal o sobre un ribazo; confusión alegre y pastoral, abigarrada mezcla de comparsas y músicos con familiares y amigos que amablemente fraternizan, brindando con el honrado vino del país. Y la Comparsa núm. 13, la primavera, consciente de su importancia en este casi último acto de la fiesta, envía sus mejores oreos y vientecillos, y ordena a las flores que vistan sus más llamativos colores y se desprendan de sus más íntimos aromas, e, as vezes, que el sol se muestra un tanto impertinente, manda, que una suave nubecilla, extienda su toldo protector sobre la ermita, el campo y la villa. Villa que, sobre el altozano que señorea el histórico castillo, recostada sobre las laderas de la Mariola, conmemora tradición y gratitud –real, fiel y leal- en honor de su Patrón San Jorge, con su fiesta de Moros y Cristianos.

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