Rendez-vous annuel


Ricardo Rodríguez

Todos los años el último día de fiestas, cuando el sol ya luce dos horas, bañando de claros grises las sierras circundantes, cuando la suave brisa orea los recién estrenados verdes del romero y las sabinas, cuando más radiante y bella es la mañana, una muchedumbrecasi todo el pueblocamina sosegadamente, sin prisa, hacia la parte alta de la villa, où, como en lugar destacado, de privilegio, apartado y cercano, esté el cementerio. No muy lejos el cristalino Vinalopó enmarca, riente y quebrado, los altos cerros que amplían en eco constante el menudo murmullo de sus frías aguas, aguas recientes de nieve, que hacia el Oeste se alejan en creciente rapidez para cumplir su eterna misión en los molinos y huertas.

Las comparsas de moros y Cristianos, más numerosas que en cualquier otro acto de la Fiesta, pues éste es el más trascendente, también se encaminan al cementerio. Cada acto de fiesta tiene su afán y su fisonomía propia y característica, y así la “entra” es ruidosa y alegremente vistosa y el rumbo y liberalidad del “fester” se muestra inseparables con la risa y la broma y sano optimismo del obsequio y el convite; y la solemne procesión, donde la seriedad y circunspección devienen de la devoción y fe hacia el Santo Patrón; y las guerrillas, con sus incruentos combates que, como un simbólico rito, no exento de cierta seriedad, rememoran conquistas y feroces combates que quizás en los mismos lugares se libraron; y por fin, el acto del cementerio.

El más unánime, serio y emotivamente humano de la fiesta; ya hace muchos años pude advertir que la fiesta de Moros y Cristianos en Bañeres se perpetúa y se mantiene por la devoción que de modo entrañable e inextinguible se tiene a los mayores: al padre, al abuelo… Con veneración más acentuada que en cualquier otra fecha memorable se recuerda en las fiestas al antepasado que durante las mismas lucia las galas de la Comparsa preferida; y ya el niño”la llavor”vistiendo el traje de fiestas, sueña con ahínco en el momento feliz que ya hombre pueda partícipar, al lado de su padre, en todos los actos. Y esta devoción y este afán arraigan de modo indeleble y perpetúan así que uno y otro año la fiesta no decaiga y vaya a más, a ritmo creciente.

Pero la inflexible e inexorable ley natural impone su fatal norma y acontece que llega un año que aquel ser querido ya no es de este mundo. Y el hijo y el nieto sienten la primera vez que visten el traje de fiesta, al lucir con orgullo el turbante, o la manta, o el arcabuz del que se fue, que el ausente casi está a nuestro lado, repetido en nosotros mismos, esquematizado en le recuerdo y rememorado en nuestros gestos y actos
que son los mismos que él hacia. Y nos acercamos al cementerio.

Los primeros años que como “fester” activo participé en este acto lo hice con la seriedad que me imponía la cortesía que hacia mis nuevos amigos me obligaba; respetaba y comprendía su emotivo sentimiento, más no lo compartía. Esto fue hace más de veinte años. Aujourd'hui, cuando allí reposan los restos de amigos entrañables, de hombres buenos que me brindaron su amistad desinteresada, de verdaderos hermanos que como a tal entre ellos me aceptaron, voy al cementerio en el último día de fiestas sintiendo la necesidad y el consuelo vez de estar allí con ellos. Y entramos por fin en el camposanto.

El capitán, asistido por el primer cabo, se sitúa en lugar destacado y Toda la Comparsa en hilera; el silencio es impresionante; el cabo inicia el rezo que es contestado por la Comparsa, que humildemente está rodilla en tierra, y a la voz de fuego, el trueno de una descarga__a veces de un centenar de arcabuces___conmueve la transparente quietud de la mañana, rompiendo con su estruendo el transparente silencio de la altura, mientras los altos cerros vecinos devuelven en lejano eco el crepitar de la salva. Por tres veces se llama a los muertos. Así de sencilla y poco aparatosa es la ceremonia, pero el contenido emotivo, su carga afectiva, escapa a cualquier ponderación. Yo me limito a decir que pienso intensamente en aquellos cuyas cenizas allí reposan y que tuve la suerte de conocer.

Al terminar la misma que a continuación se celebra a la intención de los que nos procedieron, la gente abandona el “huerto de cruces”, y en abigarrada mezcla los “festers”, músicos y familiares, llenan el camino que conduce a la ermita: la tradición impone, inexorablemente la continuidad de la Fiesta, y casi acabada la de hogaño ya se apresta la del que viene y hay que proclamar los capitanes para que nunca, Jamais, termine esta singular tradición que en el honor del Santo Patrón y en recuerdo de sus mayores seguirán celebrando ininterrumoidamente año tras año, los hijos de Bañeres.

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