Siempre me ha ofrecido un gran respeto ese “Palacio”, como se le llamaba en la antigüedad, y que nosotros hemos venido denominándolo como “Torre de la Font Bona”. Su construcción, similar a la de nuestro viejo castillo, su pequeño mirador y su escudo de armas, han sido siempre bases sobre las cuales sentaba mis sueños de adolescente.
Al contarte uno de mis sueños sonreíste por mi ingenuidad.
Tú juzgabas ridículas mis princesas de ojos glaucos y labios bermejos y, sobre tudo, no estabas de acuerdo con aquella concepción puritana del amor.
Claro, contabas con tu “experiencia”, esa experiencia que se sueña en la adolescencia, se galardona en la juventud y cuando se es hombre no se hubiera querido obtener jamás.
Por esto hoy, al acercarnos de nuevo a las fiestas, mi espíritu soñador, propio de todo buen latino, quiere recordarte aquel sueño, pues ¿qué son nuestras fiestas de Moros y Cristianos, sino un sumergirnos en un sueño en el que actúa como protagonista un caballero de Cristo, São Jorge Mártir?
Y precisamente empezamos la fiesta donde comenzaba mi sueño, ¿te acuerdas?, en la vieja torre.
Allí se olvida toda preocupación material, entrando plenamente en la espiritual, y quien busque en la fiesta solamente la satisfacción corporal, el pasar unos días lo mejor que se pueda, se queda a ras de tierra. Hay que salirse de lo profano y elevarse al infinito de lo espiritual. Allí está el amor, allí está San Jorge. ¡Allí está Dios!
Y cuando pase este sueño de fiesta y reemprendamos nuestra vida normal, hay que seguir soñando y pensar que esa experiencia de la que nos sentimos molestos al llegar a hombres, porque nos muestra la vida con sus defectos, es el dragón que nos impide salvar a la princesa, y con ella, liberarnos de nuestras bajas pasiones.
Soñemos que todo depende de nosotros, y actuemos en consecuencia a nuestro sueño.
Hay tantas cosas por hacer… Yo pondría en primer lugar la cultura. Ayudemos a los señores maestros, sembrando una inquietud en los niños; pongámonos al lado de nuestras autoridades, para que se creen nuevos centros de enseñanza; luchemos para que todos los niños permanezcan el mayor tiempo posible en la escuela. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para que nuestros hijos no crezcan como nosotros, aferrados a una máquina desde antes de los catorce años.
Que nuestros sueños sean una realidad. Pero soñemos, porque soñando nos volvemos como niños, y Cristo dijo: “Quien no se volviera como un niño, no entrará en el Reino de los Cielos.”