Nuestras fiestas patronales de Moros y Cristianos a San Jorge. Su origen, importancia y trascendencia

Luis Pont. Maestro nacional.

El origen de nuestras ancestrales fiestas lo hallaremos en la Historia; al igual que para encontrar el nacimiento de un río seguimos, en sentido contrario, el discurrir de sus aguas hasta llegar a la humilde fuentecilla perdida allá al pie de la colina, y cuya corriente, engrosada a través de su curso, se presenta a nuestra contemplación como emporio de vida, de riqueza y de esplendor.
Nuestras fiestas actuales son la condensación plástica del paso por España de los distintos pueblos que nos invadieron, y así tenemos que del tronco de origen romano, que es cuando España se elevó a unidad política y económica, nacen, con el discurrir de los siglos, dos ramas que son las dos primeras comparsas: Cristianos, representando el dominio romano en una España evangelizada, y Moros, que aluden a la invasión mahometana. Por eso sobre ellos recae la fuerza de la tradición histórica de mantener la fiesta con su pureza inicial, las dos comparsas de mayor rango popular, arrogancia, simpatía y empaque en sus manifestaciones, pulcritud y precisión castrense en sus movimientos y permanente afán de superación.
Paralelamente al aumento del vecindario en nuestra villa creció el entusiasmo en las fiestas, y las dos primeras ramas dieron retoños, aumentando el número de comparsas que, emancipadas del tronco, forman unidades festeras con la pureza inicial de las ramas originarias.
Nuestras fiestas son una conjugación armónica de actos religiosos y de actos profanos, y para ser auténticos festeros hay que sentir unos y otros, primero los religiosos, y como expansión jubilosa de éstos están los otros. Sí, es preciso sentir esos dos afanes en el discurrir de los actos, porque para ser «festero» no basta tener numerario disponible para vestir el festivo atuendo, tras reclutarse en la comparsa de sus simpatías.
Sentimos satisfacción al admirar a los consumados artistas que cada año se superan, si es posible, en la gestación del acto que llevan a cabo: las embajadas y el despojo. En cambio, no ha cabido la misma suerte a otras dos de nuestras joyas artísticas y espectaculares, expansión noble del espíritu; me refiero a las danzas y al baile de los Moros, que, bien interpretadas, no tienen parangón, por su belleza y elegancia, en el folklore regional, en cuanto a las primeras y, probablemente, en todo el suelo àrabe, la segunda. Entendiéndolo así don Francisco Vañó Doménech, de feliz recordación en el tiempo que desempeñó el cargo de primer vecino, puso su empeño en el fomento de las auténticas danzas, consiguiendo llevarlas a la realidad con el éxito de todos conocido, pero al retirase de la actividad se debilitó el entusiasmo por falta de aliento propulsor.
Las danzas y el baile de los Moros requieren, para su fiel interpretación, preparación de masas y condiciones artísticas; así, pues, debemos prodigar entusiasmos e inquietudes para elevarlas al nivel que les corresponda entre los actos de su naturaleza, estas clàssicas joyas que la prisa en la vida actual ha hecho decaer para dar paso a manifestaciones al ritmo de los tiempos, más festeras si se quiere, pero negativas en cuanto a belleza y elegancia artística.
Añoramos el acto en que antiguamente, el día de «Moros y Cristianos», después del mediodía, los moros Viejos exhibían la «Mahoma» en posición yacente por los lugares concurridos y , con lamentos y suspiros plañideros, acompañados de unos instrumentos, tocaban aquella salmodia fúnebre que significaba la despedida del profeta ante el cruento fin que le esperaba, al igual que el día de la «Salpasa» el sacerdote recorre el pueblo para que el Señor se despida de los cristianos antes de consumar el sacrificio cruento de la cruz.
Y ahora, queridos paisanos, corramos un velo a nuestras preocupaciones laborales y dispongámonos a celebrar nuestras pomposas fiestas con la mayor alegría y convivencia; que nuestro Patrón San Jorge interceda para que el eco de las campanas y la harmonía de las músicas lleve a todos los hogares la paz, la alegría y la satisfacción particularmente deseadas; que la proverbial generosidad de los bañerenses sea bálsamo que amorosamente dulcifique las inevitables amarguras de la humanidad, procurando que en ningún hogar falte aquello que hace agradable la vida: la convivencia social. El Santo verá con agrado que si al ceñir el traje de fiestas sientes enojo contra tu hermano, no lo exhibas hasta reconciliarte, aunque sea con una sonrisa de concordia. Que los festejos locales son, por entrañables, lazo de amor que une a los convecinos y a los paisanos concentrados aquí, en lo religioso, en lo festivo y en lo humano.

Bañeres, abril de 1966

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