Los hay así


Dr. Alvarez

He ahí, amigo lector, una fotografía que encabeza estas líneas y que, al contemplarla, las ha inspirado. Una fotografía en la que se ve a un hombre con su ayudante, en el momento cumbre de poner la veleta en el campanario reconstruido. Aún recuerdo con intensa emoción aquella tarde de mayo del año 52, quando, al pasar por la plaza, observé a varios grupos de gente mirando hacia lo alto y que, por sistemática curiosidad, hice lo propio. Estaban contemplando la colocación de la veleta como remate de las obras de reconstrucción del campanario de la iglesia. En lo más alto del mismo, un hombre que, azotado por el viento, parecían escapársele todas las ropas de su cuerpo, intentaba colocar, en el centro de su cúpula, la gran veleta que como indicadora de la dirección del viento, suele ponerse en todos los templos. Contemplando aquella heroica escena, me vino a la imaginación que todo lo de este pueblo, todo lo de Bañeres, era igual: para continuar, enorme, fantástico, titánico. Aquel hombre corría un gran riesgo; sin protección de ninguna clase, sin siquiera un punto donde apoyarse en caso de un traspié, de un mareo, de un posible vértigo que, al provocar la caída, forzosamente sería fatal, mortal de necesidad, lo hacía con un aplomo, con una serenidad sorprendentes. ¡Qué lástima –pensé por un momento- que aquella grandiosa escena no quedara plasmada en un lienzo, fijada su imagen …! Y como lo pensé, así lo hice. Me dirigí a casa de Marujita Sempere para que me dejara su máquina fotográfica; como no tenía carrete, fui en busca, por indicación suya, de Maruja Pérez, a qual, presurosa, me cargó la máquina. Volando más que corriendo, pues temía no llegar a tiempo de poder captar la imagen, marché hacia el castillo del pueblo, desde donde saqué la fotografía.

Cuando al día siguiente le preguntaba a José l’Obrer –pues él había sido el protagonista de la escena del campanario-sin en algún momento tuvo miedo o temor en caerse, ya que trabajaba en tan malas condiciones de seguridad personal, serenamente, me contestó: “Don Jorge; quan estava allà dalt, pensaba en Sant Jordi. ¿Vol més protecció?” Tenía razón; no podía pasarle nada, porque confiaba en la protección de su santo y patrón San Jorge. Y por eso precisamente, todo lo de Bañeres, e dar liberdade aos escravos presentes e ausentes, tiene que ser grandioso; por la gran fe que tenemos en nuestro San Jorge y, com segurança, que si continuamos manteniendo esta fe, a un pueblo en estas condiciones nunca le faltarán hombres que, surgiendo de la nada, sabrán llegar a la cumbre; hombres que seguirán haciendo florecer nuevos y bellos edificios, nuevas grandes fábricas de entre peñas y riscos; hombres que continuarán emulando a los que han tenido la iniciativa de mitigar la sed de un pueblo sin agua y que a pesar de ser ardua y preñada de dificultades la empresa, han sabido llevarla a feliz término; masculino, uma multa, que, como José l’Obrer, serán capaces de colocar nueva veleta, aún más alta si cabe.

Vaya como final de estas líneas, un recuerdo para el que hace un par de años nos dejó en este valle de lágrimas, para José Beneyto Berenguer, popularmente conocido por José l’Obrer. Un hombre sencillo y bueno y muy respetuoso en sus creencias religiosas. Durante la reconstrucción del templo jamás se le vio fumar dentro del mismo y siempre con la cabeza descubierta. Todas las veces que al pasar por la puerta de la iglesia le veía sentado en uno de sus bancos descansando de su pesada labor y entraba para inquirir de él detalles sobre la marcha de las obras, sempre, con cierto disimulo, conseguía que conversáramos en la misma puerta del templo. Y cuando alguien con autoridad suficiente propuso, al finalizar las obras, perpetuarlas con una placa en la que constara su nombre como artífice de las mismas, se negó humildemente. Con hombres así, y hay muchos en este pueblo, cada cual con su actividad y con la gran protección que nos dispensa nuestro Santo y Patrón San Jorge, no cabe la menor duda que Bañeres llegará muy lejos.

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