Leyendas Alicantinas. La sombra de Mariola


Anónimo

En los “Anales del Reino de Valencia”, de Francisco Díaz, se cita un Castillo llamado “Mariola”, castillo que figura enclavado en la sierra de su nombre entre Bañeres y Bocairente.

La Sierra de Mariola es universalmente conocida por la riqueza y variedad de sus plantas aromáticas y medicinales, y es, sin duda, uno de los más bellos parajes de la provincia de Alicante.

En este lugar, dice el mencionado cronista, existió una importante población romana, que, según los datos recogidos en los citados Anales, fue fundada por Sexto Mario, dueño y señor de este importante territorio.

En sitio tan delicioso no podía faltar el toque de gracia: la leyenda, flor delicada que brota siempre en los lugares privilegiados.

Esta leyenda, vamos a informar, tiene, como tantas otras, su origen en un hecho histórico relatado por Tácito en el libro IV de sus Anales, hecho que discurre allá por el año 38 de la Era Cristiana cuando España estaba sometida al poder de Roma y la luz del Evangelio no alumbraba aún a nuestro país.

La residencia de este importante personaje era el Castillo aludido que llevaba el nombre de su dueño y por lo cual se llamaba la “Torre de Mario”, a cuyo alrededor se fue formando un pueblo que vivía al amparo del poderoso señor español y cuyos habitantes le rendían tributo de vasallaje. El castellano tenía una sola hija llamada Mariola, en la que había puesto no sólo todo su cariño sino también sus legítimas esperanzas para la continuación de su preclara estirpe. La muchacha ya está prometida a un noble joven llamado Aulo Emilio, que desempeña un importante cargo en Cartagena, cerca del Pretor Romano.

Para el orgullo representante de Roma resulta intolerable que dentro de su jurisdicción exista una persona de tanta importancia como Sexto Mario, al que, en su interior, teme como a un poderoso rival, envidiándole, además de su riqueza y prosperidad, su poderío reconocido y acatado por todos los habitantes de la comarca. También ha oído hablar de la belleza de su hija Mariola, y sin tener en cuenta los sentimientos de la joven, y sí, en cambio, los que le dicta su ambición, decide hacerla su esposa. De esta manera no sólo dispondrá de sus bienes, sino que, también, tendrá sometido al padre. El sabe que de una manera leal y franca no conseguirá nada, pues no ignora que se le considera como a un enemigo. Así es que decide emplear la astucia y hasta la traición si fuere preciso.

Aulo Emilio se entera de sus propósitos y rápidamente avisa a Sexto Mario. Lo más importante es poner a Mariola a salvo, quitándola del constante asedio del romano.

En aquellos tiempos, de intrigas y traiciones, todos los señores poseían un refugio secreto. Sexto Mario también tenía el suyo, y allí fue donde envió a su hija. Este refugio era el retiro favorito de Mariola, y por ello su padre lo había preparado de una manera digna de su opulencia.

Antes de proseguir nuestro relato queremos decir que este retiro existe en la actualidad y se le conoce con el sugestivo nombre de “La Gruta de Blanca”. Se halla situado en la parte oriental de la sierra, a una considerable altura sobre el nivel del valle de Cocentaina. Se trata de un hueco de grandes dimensiones en el interior de la roca y cuya denominación proviene de los mármoles que produce aquella cantera puesta en explotación por los contestanos.

Esta es la realidad actual, pero las narraciones de la época romana nos la presentan como una gruta fantástica digna de ser habitada por las hadas del bosque. Era, dicen, una mansión de delicias, tallada en la misma roca, con esbeltas columnas y elegantes arcadas de brillante mármol, donde la luz se quebraba y fulgía con todos los colores del iris. El suelo estaba cubierto de ricas pieles, y los divanes con maravillosas telas orientales. Por doquier había artísticos pebeteros que perfumaban el ambiente. Todo aquello que la más refinada mujer pueda desear se hallaba reunido en esta maravillosa gruta para recreo de su dueña, la bella y gentilísima Mariola.

A este lugar extraordinario, considerado por algunos narradores superior a la Gruta de Calipso, se trasladó Mariola con los más leales de sus servidores y con su más fiel guardián: una pantera, “La Pinta”, que la seguía dócilmente por todas partes como un falderillo.

Mientras tanto, el Pretor Cayo Lúculo no ha perdido el tiempo y decide poner en práctica su plan. Fingiendo una visita amistosa se presenta en el castillo donde se le recibe con los honores debidos a su alto cargo. Y como van pasando los días sin que Mariola haga acto de presencia, el romano se impacienta y apenas puede reprimir su cólera. Por fin manifiesta su deseo de saludarla y rendirle homenaje, pero su anfitrión contesta con evasivas que sirven para exasperar más y más su impaciencia, ya que estaba acostumbrado a que sus deseos fueran órdenes prontamente obedecidas.

Y calladamente, solapadamente, la felonía va preparando la trampa en la que todos caerán con un grito de horror y de desesperación.

Cayó Lúculo consigue sobornar a uno de los criados para que le descubra el paradero de su ama. Y una noche, cuando todos duermen, salen los dos del castillo con dirección a la gruta. La obscuridad es casi absoluta. La noche está nublada y fría. El viento, al pasar entre los árboles, silba de una manera lúgubre e inquietante. En la lejanía, el aullido de un perro es como un presagio de agonía y muerte… El romano y su acompañante avanzan silenciosos, sin percibir el matiz siniestro del ambiente. Los dos son víctimas de sus bajas pasiones y no les interesa otra cosa que el logro de sus fines. Así, cada uno sumido en sus íntimas preocupaciones, llegan a la “Gruta Blanca”. Una vez allí, el Pretor, sin hacer el menor ruido, se desliza hasta la alcoba de Mariola. La joven está encantadora en su plácido sueño, y Cayo Lúculo queda verdaderamente prendado de ella y decide con más firmeza que nunca hacerla suya. Y mientras la contempla extasiado, un grito espantoso rasga el silencio de la noche.

Un solo ser se había dado cuenta de esta visita: la “Pinta”, que se abalanza contra el criado infiel y lo despedaza.

Se arma el consiguiente alboroto, y el Pretor, aprovechando la confusión general, consigue huir, pero no sin antes ser reconocido y ser descubierta, por tanto, su traición.

Al enterarse Sexto Mario de lo ocurrido, tiene una violenta entrevista con su huésped, y aunque éste, dominando su orgullo, intenta disculparse y le pide formalmente a su hija por esposa, se niega rotundamente a escucharle, y echándole en cara su desleal proceder, lo arroja de su casa.

El Pretor, enfurecido por esta humillante decisión, jura vengarse. Lo primero que hace es retirarse a Cocentaina y organizar el ataque al Castillo, ordenando no sólo su destrucción, sino el saqueo de todo el territorio, cuya riqueza tanto ambiciona. Y para que su legítimo dueño no pueda hacer reclamación alguna, lo declara traidor a Roma.

La miseria y la muerte se posesionan del lugar donde poco antes reinaba la alegría y la abundancia. ¡Misterios del corazón humano, capaz de destruir aquello que más ambiciona cuando no puede conseguirlo!

Con todos estos acontecimientos Aulo Emilio está profundamente apenado. Hace mucho tiempo que no ve a su prometida y teme perderla para siempre. Pone en juego toda su influencia para salvar al padre y a la hija. Pero la fatalidad no solamente hace inútiles todos sus esfuerzos, sino que cada vez complica más las cosas y las empeora. En las frecuentes visitas que hace a Cayo Lúculo conoce a su hermana Julia, cuya influencia iba a ser fatal para su causa.

Esta mujer, amiga íntima del Emperador, es tan inmoral y soberbia como su hermano. Se aburre lejos de Roma y pretende encontrar en Aulo Emilio un ligero entretenimiento. Decidida emprende su conquista, pero todas sus artes de seducción se estrellan ante la indiferencia del joven. Ella tampoco está acostumbrada a que la desairen, y poco a poco va poniendo más interés en el juego hasta que lo que empezó siendo un banal pasatiempo llega a convertirse en una verdadera pasión.

Su experiencia femenina adivina a una rival cuyo nombre no tarda en conocer, y entonces sus malos instintos le aconsejan una cruel venganza. Para lograrla se une a su hermano con el fin de perder a estos desgraciados seres, que no han cometido más delito que cruzarse en su camino, pero como saben que la región anda muy revuelta y todos están de la parte de Sexto Mario, deciden que lo más conveniente para su plan es aparentar una reconciliación, pues temen surja una protesta y el Emperador se entere de la verdad.

Cayo Lúculo desde este momento empieza a preparar su desquite, para lo cual consigue una orden imperial llamando a Roma a Sexto Mario y a su hija. Esto significa un alto honor y, por tanto, el Pretor y su hermana se ofrecen para acompañarlos en su viaje. También irá Aulo Emilio, pues Julia, solapadamente, ha conseguido ganarse la confianza de los jóvenes y se ha convertido en su confidente y amiga.

En Roma, el Emperador, ajeno por completo a este complot, los recibe muy amablemente y para agasajarlos les invita a las fiestas de Palacio, colmándolos de atenciones.

El Pretor no puede prolongar por más tiempo su estancia en Roma y tiene que regresar a España donde le reclaman las obligaciones de su alto cargo.

De esta manera, Julia se queda sola en Roma, donde podrá obrar con entera libertad. No tarda en poner en práctica sus viles propósitos valiéndose de la gran influencia que ejerce cerca del Emperador.

Lo primero que hace es separar a los enamorados para así poder actuar más libremente en la conquista de Aulo Emilio. A la vez, conociendo bastante bien la manera de ser del Emperador, se dedica, con gran astucia, a ponderar en su presencia los encantos de Mariola. La estratagema tiene éxito y Tiberio queda prendado de la belleza y juventud de la española. Inmediatamente intenta seducirla, pero Mariola lo rechaza sin contemplaciones. Como es natural, Tiberio no puede aceptar esta repulsa, pues está acostumbrado a satisfacer todos sus deseos y trata de imponer su voluntad por la fuerza. Entonces Sexto Mario no tiene más remedio que intervenir en la defensa de su hija y temiendo la cólera del Emperador decide que lo mejor será alejarse del peligro regresando a la Patria, de la que nunca debieron salir.

Lo malo es que no contaba con la crueldad de Tiberio, que exasperado por su pasión contrariada y por las intrigas de Julia, ordena la detención de padre e hija.

A partir de este momento, nadie vuelve a saber nada de ellos.

Aulo Emilio, sin embargo, hace desesperados esfuerzos para hallarlos, pero todas sus pesquisas son inútiles. Una gran tristeza se apodera de él y Julia aprovecha este estado de ánimo para conseguir su propósito estando siempre a su lado solícita y cariñosa. Finge ayudarle y hace todo lo que puede para distraerle, sin conseguir el más pequeño triunfo. al fin, desesperada y aburrida, decide acabar de una vez con esta situación que su orgullo no puede sufrir por más tiempo. Ha llegado el momento de vengarse del hombre que no ha sucumbido a sus artes de seducción. Todavía hay que seguir fingiendo un poco más…

Se aproximan las fiestas del circo y Julia le pide a Aulo Emilio que la acompañe y así podrá distraerse también él. El joven trata de declinar esta invitación, pero observa algo maligno en la expresión de Julia que le sobresalta y le obliga a aceptar.

Y mientras se debate en una horrible incertidumbre llega el día tan deseado como temido.

El circo presenta su aspecto de siempre. Las tribunas del Emperador y de los patricios son un alarde de riqueza y buen gusto, marco adecuado para las damas que allí lucen su belleza. En los repletos graderíos la multitud grita y se enardece ante el bárbaro espectáculo. Se van sucediendo la lucha de gladiadores con las consabidas escenas de crueldad inútil. Después…

Hay un silencio expectante. En el ambiente se percibe la tragedia y sólo se escucha el jadear de las respiraciones. Va a empezar el número de las fieras, y en este momento en la arena aparecen dos figuras conmovedoras: un anciano y una jovencita que permanecen estrechamente abrazados. En sus rostros se refleja una gran pena y desesperación. Se adivina que no pueden comprende la causa de todo esto. Por las mejillas del anciano resbalan las lágrimas. Tal vez en este supremo instante recuerda la patria lejana, los felices tiempos transcurridos en la sierra perfumada… La joven no llora. Está pálida, rígido, como ausente…

El patetismo del grupo despierta en los graderíos un sentimiento parecido a la piedad a y se oyen algunas frases de compasión. Además no son éstas las víctimas que a ellos les gustan, pues ni la extrema juventud de la muchacha, ni la avanzada edad del hombre, les permitirán el menor gesto de defensa y, por tanto, no habrá lucha ni emoción. Morirán y nada más.

En las tribunas apenas ha habido una mirada de curiosidad. La mayoría permanece indiferente. Sólo dos personas acusan en su semblante sus opuestas emociones. Julia tiene sus ojos fijos en Aulo Emilio y hay tanta maldad en su expresión que su hermoso rostro resulta repulsivo. En cambio Aulo Emilio… se ha quedado paralizado por el terror, pero cuando aparece un tigre, que se abalanza sobre Sexto Mario, un grito ronco, inhumano, sale de su garganta. Rápidamente, atropellando cuanto se opone a su frenética carrera, llega a la arena en el momento en que sale una pantera…

Entonces ocurre algo inaudito, jamás presenciado en aquel sitio. El animal llega donde ha caído Mariola desvanecida y se echa a su lado sin hacerle el menor daño. ¡Es la “Pinta”! ¡La pantera que Mariola había ofrecido como regalo al Emperador!

El público, sorprendido por lo que está ocurriendo en la arena, grita pidiendo el perdón para la víctima, y mientras tanto, Aulo Emilio ha llegado hasta ella y la levanta en sus brazos, dirigiéndose después a la salida seguido de la pantera. Nadie se opone a su paso y aprovechado la confusión que reina en el circo logra ponerse a salvo.

En Roma hay muchos españoles que cuando se enteran de lo ocurrido protegen a los jóvenes y los ocultan hasta que pueden salir de la ciudad y regresar a la Patria.

Es un regreso muy triste, pues Mariola ha perdido la razón en el circo y no la recuperará jamás.

Su prometido no podrá ¡nunca! hacerla su esposa pero dedica su vida a cuidarla y protegerla. También se ocupa de sus bienes, y como ella ya no podrá gozar de sus tesoros, los oculta en la”Gruta Blanca”.

Cuando los contestanos conocen estos sucesos juran vengar a sus señores. Reconocen a Aulo Emilio como a su nuevo señor y sin perder un momento se levantan contra Cayo Lúculo, a quien todos odian, declarándole guerra sin cuartel. Hábilmente lo van sitiando hasta que, por fin, consiguen hacerlo prisionero. El romano intenta sobornarlos y les ofrece honores y riquezas. También les hacer ver que la venganza de Roma será terrible si a un delegado del Emperador le ocurriera algo.

Los españoles no contestan. Sonríen enigmáticamente cuando se les habla de riquezas. ¡Son ellos, precisamente, los que se la van a ofrecer a él! Y, en efecto, lo conducen a la “Gruta Blanca”, al lugar donde están los tesoros que tanto ambicionaba. Se los muestran y allí lo dejan en compañía de la “Pinta”…

* * *

Muchos pastores y algunos caminantes aseguran haber visto por la sierra, a altas horas de la noche, la figura fantástica de una mujer que vaga por los alrededores de la “Gruta Blanca”. La sigue siempre otra sombra más pequeña que recuerda la forma de una pantera.

Los moradores de aquellos contornos no temen a la aparición y por eso no huyen, pues saben que no les hará ningún daño. Algunos la describen como una joven hermosa, envuelta en blancas y flotantes vestiduras. Es bellísima, según dicen, muy pálida y lleva suelta al viento larga cabellera rubia que la rodea como un halo luminoso. A veces se queda quieta a la entrada de la “Gruta” y entonces parece una transparente estatua de alabastro.

Cuando el caminante, atraído por un misterioso poder, trata de acercarse, la figura se desvanece y flota como un girón de niebla…

A su paso por entre los árboles se oye siempre un rumor suavísimo que, a veces, es lamento y, a veces, suspiro. Suspiros y lamentos que infunden a la serenidad de la noche una dulce melancolía.

¡Es la sombra de Mariola! –dice el viandante sobrecogido-.

¡La sombra de Mariola!… Blanca, ligera, transparente, va cruzando la sierra inundándola de misterio y poesía… De poesía hecha con rayos de luna, con deliciosas fragancias, con suspiros de amor…

Y en la noche serena, la brisa se hace dulce caricia y el agua corre con un rumor triste y quedo, como si fuera contando a las estrellas el romance de unos amores desdichados.

Por eso la sierra más bella y fragante de la región lleva el nombre de la linda y desgraciada Mariola.

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