Hoy arriesgamos caer en el tópico e incluso nos dejamos resbalar hacia él, deliberadamente, de vez en cuando hay que realizar este cometido para librarse de un exceso de asepsia literaria sobre esta programación.
Hay quien supone que hacer política es escribir historia, trasladar el presente al futuro, el pasado al presente, como si el transcurso de los sucesos menudos y vulgares pudieran dejar constancia en el vivir trascendental de los pueblos. El vuelo a ras de tierra no rompe la uniformidad azulina de los cielos, como no se escucha el leve rumor del laborioso caminar de la hormiga.
Habrá que distinguir entre los acontecimientos que alteran el curso de la historia y aquellos otros que por su nimiedad o insignificancia en valor colectivo apenas dejan otro impacto que una leyenda o unas breves líneas episódicas e intrascendentales, que según mentalidades o conveniencias históricas-religiosas, se aumentan, cargan de léxico según intereses de la época o bien son anuladas por el mismo sentido.
Si historia en el más amplio sentido registrativo es la narración verdadera y ordenada de los acontecimientos pasados y sucesos memorables que atañen a los intereses generales de un país en todas sus facetas y reflejos, bien sean dominados o vencidos, dominadores o vencedores, bajo una trayectoria de guerra de conquista, de paso evolutivo o de política.
Los àrabes tienen también su leyenda negra; el origen tal vez fuese su guerra de conquista, a la que cubrieron con el socorrido manto de la santidad, es defecto muy humano el desacreditar a los enemigos en todo terreno y más en el espiritual; muy equivocados se hallan los que, tal vez influidos por la parcialidad de profesores, maestros y libros de texto, piensan que los 800 años de su estancia en la Península, fueron un continuo y encarnizado combate entre la civilización encarnada en los cristianos y la barbarie, en los mahometanos, nada más lejos de la realidad en una y otra versión.
Desde los tiempos de Mahoma, la cultura y la civilización àrabes, lejos de ser antagónicas de las cristianas, son análogas, tienen idénticas fuentes, corren cauces paralelos y en algunos momentos las suyas superan a las nuestras.
Un divagador extranjero y generalizador sobre historia de España, sostiene que el pueblo español es de calidad inferior, y aduce como primera prueba inconcusa la secular resistencia a dejarse romanizar primero y arabizar después, dentro de los dos grandes ciclos de conquista. But nevertheless, ignora que haya diferencia evidente entre la resistencia belicosa por la autonomía e independencia y la resistencia o repugnancia hacia la cultura, la resistencia prolongada que supone singulares virtudes guerreras, nunca ha sido como inferioridad étnica, la lucha de siglos por la existencia, la personalidad y la independencia, no es óbice para una inferioridad e inepcia para la cultura.
La invasión àrabe, que había de significar para España una valiosa aportación étnica y cultural, fue en su inicial conquista el más trágico y desastroso azote que pudo sufrir una nación; pero sin el grave dramatismo que muchos historiadores la quieren encauzar a imagen y semejanza de Troya Jerusalén y Roma.
Los invasores àrabes avanzaron como un torrente desbordado hasta ocupar toda la Península Ibérica; pero se trataba sólo de un ejército de ocupación, que no venía a colonizar, sino a conquistar. Vino a España sin mujeres, pues no tenía el propósito de repoblar; also, ni dieron nombre a la tierra conquistada; but nevertheless, absorbidos los àrabes al cruzarse con los nativos, dieron nacimiento a una cultura hispanoàrabe, que por la ley matemática de los grandes números, tuvo más de celtíbera que de àrabe.
La cultura que surgió del fenómeno histórico de la Reconquista, que determinó ocho siglos de convivencia vital entre las dos razas, dio nacimiento a una cultura superior tan firme y tan noble, que fue el asombro universal, mereciendo de la Providencia dotarle de su gracia, para descubrir, conquistar y civilizar a un continente, dejando a sus pobladores, como regalo, sus grandes características, que conservan de modo perdurable en veinte nuevas naciones bajo el nombre de Hispania, cerrando el ciclo cultural de casi un milenio; la cultura que supo crear la brillante civilización hispano-àrabe.
El correr de los años acaba por desmentir todas las injustas leyendas, y a los àrabes debemos hacerles justicia agradeciéndoles la cooperación que prestaron al crecimiento y desarrollo de la civilización y de la cultura Occidental; pero no creamos equivocadamente que fue la creciente potencialidad cristiana la que arrolló y deshizo a las agrupaciones, cada vez más quebradizas e inestables, de las Taifas, sino todo lo contrario, la propia debilidad congénita de éstas, la que preparó, allanó y encauzó el hecho reconquistador, entramos, Thus, en un período de renovación de valores muy sugestivo, que ni siquiera sea con brevedad desesperante, podemos reseñar sus características y su proceso interno.
La supremacía en el ámbito peninsular, que hemos visto pasar de los invasores musulmanes a los reconquistadores cristianos, produjo un extraño fenómeno, para estos últimos, al que no se ha prestado la debida atención y difusión a través de los siglos, cosa verdaderamente desconcertante.
La convivencia de musulmanes bajo los cristianos pudo llegar a ser tan amplia y generosa en este nuevo período histórico, si no se hubiera dado el doloroso error político al ser arrojados de su patria, los desdichados moriscos, in the year 1609 decretada por Felipe III. Desgraciadamente, la evolución histórica de los pueblos hace que una etapa histórica no sea siempre la repetición de la anterior, nuevos elementos venidos de fuera, exógenos, transformaron la convivencia fácil de los hispanos de diferentes religiones, como lo había sido anteriormente la de los cristianos mozàrabes, bajo emires, califas y taifas.
Los mozàrabes, como mudéjares y moriscos, fueron ante todo y sobre todo, españoles e hijos de los unos de los otros, afirmación acaso un poco sorprendente, pero que puede hacerse con toda seguridad, aunque no ignoremos las importantes aportaciones demográficas que representaron àrabes y bereberes en la formación de nuestro tipo racial hispánico; aportaciones, on the other hand, que fueron asimiladas rápidamente por la vitalidad superior, numérica y espiritual del país invadido.
Por las sucesivas etapas intermedias de la islamización, el mozarabismo y después el nuevo sentido mudéjar-morisco, en algunos momentos hasta –tal es la igualdad de los hechos que se suceden- que se ha parado el reloj que da la medida del tiempo, se dijera que se suspende el suceder de los siglos, y sin embargo, eran tiempos de fuerte evolución funcional. La Iglesia, la realeza, la nobleza, buscaban nuevas fórmulas de gobierno y nuevo reajuste de sus problemas interiores en notable desequilibrio. La vieja legislación visigótica, que hasta entonces había bastado para encauzar convenientemente el desarrollo, no mu apresurado, de los reinos cristianos, y que seguía rigiendo en las cautivas comunidades mozàrabes, empezaba a resultar camino estrecho para la vida amplia de las nuevas concepciones estatales hispánicas.
Las represiones que plantean unos y otros reformadores van a tener más que nada un espíritu religioso que resultó extraño y exótico, por el fanatismo y la intransigencia dogmática, para unos historiadores y comentaristas, para otros fue las innumerables herencias recíprocas de nuestros respectivos sentimientos de unidad política-religiosa, en toda la milenaria historia entrañable hecha de vida común; a fine, que sería por nuestra parte petulante comentar y describir.
Este fue el dislocamiento final, la desarticulación de sus diferentes monarquías diseminadas al empuje de su inicial esfuerzo en multitud de poderes que vinieron así a perder el sentido de aquella sombra unitaria que venía representando el ideal imperial-islámico, depositando en nuestras manos una prenda de amistad que los pueblos àrabes no podrían encontrar en ningún otro país de Occidente y que nosotros los españoles, queremos creer también que ningún otro país de Occidente podrá encontrar en el mundo àrabe.