Bañeres, el mejor pueblo del mundo


José Soler (cura Ecónomo)

Cuando a un “inmigrante” le hacen esa pregunta –que yo interpreto como una fina cortesía, como la flor de un deseo más bien-: ¿Qué, le gusta el pueblo…?, al principio esboza uno la sonrisa con cara de circunstancias, pues en realidad aún no sabe si le gusta o no, y, mientras la sonrisa –y el espíritu- se van aclimatando, un buen día se sorprende uno asintiendo cálidamente, y bien pronto con la tentación de repetir palabras ajenas, como aquellas que con asombro oía repetir el día de mi llegada a ese gran apasionado y entusiasta de Bañeres que es Patricio Barceló –como hombre, además de cómo alcalde-: “¡ Bañeres, el mejor pueblo del mundo!” ¡Sí, señor: suscrito y aprobado!

Y puesto a apropiarme de lo ajeno, si yo fuera de la Comisión del Banco Mundial –no lo deseo, palabra-, concretaría un poco más ese informe de la zona agrícola de Levante: “…la capacidad local para los negocios ha hecho de este ambiente difícil una de las regiones más ricas y de cultivo más intenso del mundo…”.

Y a propósito de piedras. Se dice que un embajador teutón dijo cáusticamente a aquel Papa del Renacimiento, constructor famoso –remedando la propuesta del diablo a Jesús en el desierto-: “Dí que estas piedras se conviertan en panes”. Pero el Papa le respondió: “Ya se han convertido”; porque, en efecto, aquellas obras habían sido durante largos años el trabajo y el pan de Roma entera.

Creo que el diablo tiene poco nuevo que proponer y que decir en Bañeres. “Ya se ha convertido”, podemos decirle tranquilamente. Así, pues –y mientras seguimos convirtiendo más piedras-, podemos escuchar mejor a Jesús que nos dice: “No dé sólo pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de la boca a Dios”, o aquellas otras: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”. No con sólo dinero, aunque también con él –no suprimamos demasiado las añadiduras-, sino, sobre todo, con ese algo amasado de amor y de paz, de bondad y cariño, de caridad y respeto, de unión mutua y servicio fraterno, es como se hace la felicidad de un hogar y el bienestar de un pueblo.

Todo lo humano, hasta el progreso, se halla inmerso en esa luz doble y ambigua del bien y del mal, y necesita el bautizo de la moral cristiana para dirigirse hacia su verdadero destino que es Dios, y con El a la humana felicidad. Cuando el materialismo asfixia al hombre, entonces se acaba siempre diciendo con la novelista francesa: “Buenos días, tristeza”, o algo por el estilo, porque la alegría verdadera desaparece cuando se renuncia al espíritu y se rechaza a Cristo para soltar a Barrabás y sus pasiones.

Bañeres necesita ahondar en sus raíces de fe, actuar su hermosa tradición de cristianismo, tan bellamente manifestada en estas espléndidas fiestas –las mejores del mundo también-, para ser, no como la estatua bíblica de Daniel: gigante con pies de barro y pecho de metal, sino como su Patrón San Jorge, caballero vencedor del mal y actor de hazañas generosas en pro de la humanidad.

Así será siempre Bañeres ese pueblo, el mejor del mundo, que todos, nacidos y vecinos, llevamos en el corazón, no como algo hecho y terminado –nada termina en el mundo-, sino como algo que la vida nos brinda siempre a conquistar, como la meta siempre cambiante y lejana que la ambición nos burla, como el señuelo –Bañeres, anzuelo de Dios- de un ansia cristiana de más y mejor, que el amor del Padre ha escondido en esta tierra para impulsarnos a buscar siempre “la nueva tierra y los nuevos cielos” que el Apocalipsis anuncia como la herencia última de los santos, de los hijos de Dios, que sois vosotros todos.

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