A Bañeres en fiestas. Yo diría que es juventud


Alfonso Iniesta

Sumergidos en el ambiente rutinario del día, tanto en la ciudad populosa como en el modesto pueblo o en la aldea escondida, la fina urdimbre del paisaje íntimo se torna invariablemente gris y uniforme. Deslizan las horas el lento ritmo de sus decisiones, sin que por lo general produzcan alteración en las vidas ya formadas. Pasamos con fechas distintas las mismas hojas casi con iguales inscripciones.

El ritmo vibrante se ha hecho monotonía; la riqueza polícroma en la naturaleza se ha perdido entre el sordo y áspero rumor de máquina en actividad, o de rumores de papeles en tramitación. La suave caricia, se ha convertido en grito áspero; el abrazo cordial, en ruda indicación; el afecto de la palabra amistosa, en seca orden apremiante. Quedan, ya sabemos, muchas zonas propicias al sentimiento puro, al gozo generoso, a la visión clara y esforzada, al sacrifico desinteresado, Pero cada vez, sin quererlo, nos vamos sumergiendo todos más y más en estas peligrosas zonas que la actualidad reviste con el tono dorado de lo “elegante”.

De pronto, caracola de mil alados sones distintos corta el ritmo habitual, recobra su variada riqueza, policroma la naturaleza; la palabra adquiere expresiones y tonalidades que modulan el amor, la amistad, el cariño… Es como un grácil y aligero renacer en horas pasadas, sin dejar por completo el peso del presente; un sumergirse en aguas amables, mientras el gozo inunda de felicidad los rostros cambiados, y se marcha hacia zonas de mejores augurios y de más íntimas, gratas emociones.

Ha surgido brioso, pujante, el recuerdo evocador de las “fiestas”. En un instante, estalla en el más apartado rincón espiritual, como un clamor jubiloso que inunda al ser entero. Un vigor nuevo, ardiente y jubiloso proyecta en la vida cotidiana, nuevos y luminosos horizontes.

Gozo cantarín del clamor que el retorno prende en el alma. El retorno es gustar de nuevo la emoción del ambiente querido, el ancho anhelo de la amistad antigua, la alegría desbordada entre el rasgar de cohetes que dejan su rúbrica en el lienzo del cielo los ritmos musicales no oídos en el cotidiano trabajo del año, los abrazos repartidos gozosos entre viejos amigos y antiguos conocidos, las exclamaciones de asombro, alegría o tristeza en los encuentros tumultuosos, la evocación ruidosa de anécdotas y sucesos… Fiesta del retorno, de volver a lo que se vivió antes de sentirse distinto al que se ha sentido durante la jornada de todos los días. Retorno a la juventud de otros días, añoranza del tiempo pasado perennidad de la emoción a través del correr de las horas… ¡Dichosos los que saben gustar la plenitud bienhechora de estas fiestas para sentirlas como espléndido regalo de Dios a los hombres buenos y sencillos que saben conservarlas!.
Resulta extraño, pero es cierto. El levantino adquiere fama de hombre activo, emprendedor y dinámico en torno a concretos deseos mercantiles, a determinada rama de activas especulaciones de negocios, de dinero, aunque pronto lo ponga en inmediata circulación activa.

Y Levante es la zona en donde se conserva apasionadamente un mayor círculo de fiestas que significan culto al pasado, amor a las tradiciones locales, pasión por el propio terruño. Cuando en otras latitudes han ido desapareciendo ritos y festejos de sabor antiguo, sumergidos por la incontenible ola de nuevas costumbres, levante presenta un conjunto siempre fresco, jugoso y amable de costumbres vividas al amparo de la mejor tradición, y sin intenciones secesionistas.

Contrasentidos aparentes de la vida nacional. Que los tachados de comerciantes superficiales en actividades laborales sean los más románticos conservadores del tesoro que recibieron de sus antepasados.

Bajo el vestido de la “filada”-abuelo, padres y nietos sin interrupción- vuelven a renacer vigorosas impresiones de antaño, dentro del amplio marco trazado por jocunda vibración de las fiestas mejores del año. Y renacer es sentir de nuevo orear el corazón con ráfagas de dichosas horas juveniles.

Sí; yo diría que frente a las indudables tendencias uniformistas del mundo en las que aparecen con el mismo paisaje gris, seres humanos, costumbres, modas y aspiraciones, esta fragante lozanía de las fiestas locales, son como brote de generosa fragancia juvenil. El tiempo en su correr incesante impregna al corazón de constantes inquietudes; el progreso lanza a los espacios el clamor de nuevos geniales inventos; la política sigue enmarañando los problemas; la vida exige mayores esfuerzos para mejor saborearla… Todo queda olvidado, en segundo término ante el anuncio de las “fiestas”. La vieja torre lo reviste de prodigioso simbolismo. Maravilla de conjuro en su nombre. Porque el hábito de la niñez, de la infancia y juventud de la edad madura, vuelven a tejer el más esplendente ramo en torno al gozoso reir de unas horas primaverales, que llevan enlazado el venerado nombre de San Jorge y evoca las gestas épicas de la Reconquista. La luz enciende a raudales la pureza del cielo; se ha hecho manifestación de amor y de alegría el perfume optimista del ambiente caldeado de entusiasmo. Quisiéramos entonces, sentirnos un poco mejores en lo íntimo de nuestro corazón, percibir más pura y delicadamente hasta los sutiles rasgos de la belleza, concebir nuestras acciones diarias con generosidad y desinterés, para responder al regalo de Dios.

¡Sí; yo diría que en San Jorge, la “fiesta”, es la fiesta de la eterna juventud cristiana!

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